El jet privado apenas tocó tierra y Luca Versano se deslizó por una de las salidas secundarias del hangar privado. No se despidió. No miró atrás.
Habían acordado separarse desde antes de despegar. No por desconfianza. Por estrategia.
—Si me ven contigo, todo se jode —había dicho Versano a Dante, en voz baja, mientras aún estaban en el jet—. Ya no solo te buscan a ti. También me buscan a mí, por ayudarte.
—¿Y te preocupa eso ahora? —había preguntado Dante con una media sonrisa.
—No por mí. Por lo que puedo hacer desde adentro. Si aparezco a tu lado, me anulan. Si actúo desde las sombras… aún puedo joderlos.
Y Dante, por primera vez en semanas, le tendió la mano. Fue un apretón firme. Silencioso. Un pacto entre dos hombres de mundos distintos, unidos por un enemigo común.
Al salir del aeropuerto privado, Versano se metió en el primer taxi que encontró. El chofer, un hombre de bigote canoso y gafas oscuras, no hizo preguntas.
—Via Belmonte, número 17. Y rápido —dijo el inspector, echando