El viento corría entre los árboles como una advertencia antigua. El Belvedere, usualmente un lugar de contemplación, ahora era una antesala al cambio. Las nubes pesaban sobre el cielo calabrés, presagiando lluvia… o sangre.
Dante caminaba al frente del pequeño grupo, rodeado de sus hombres. A cada lado, figuras armadas, curtidas, con la mirada afilada.
Gregor abría paso entre los arbustos hacia una estructura abandonada que alguna vez había sido un invernadero privado de una antigua familia mafiosa del lugar, ahora tomada por el silencio y el polvo.
—Aquí será —dijo uno de los hombres de los clanes, con voz ronca. Era Vito Scalzi, antiguo aliado de los Mancini, uno de los más duros, respetado por su crueldad y su palabra. Hoy, traía consigo un gesto de respeto.
El grupo ingresó. Dentro, entre columnas de hierro envejecido y restos de cristales rotos, habían dispuesto una mesa rústica, improvisada con tablones sobre barriles. No había lujos. Solo verdad.
Dante no necesitaba más.
Se sen