Betty rompió en llanto, desolada, mientras Rafael intentaba explicarse, sin encontrar palabras.
Y Dayana, satisfecha, solo se reclinó en la silla, que ella misma había provocado.
El silencio en la mesa era tan espeso que se podía cortar con un cuchillo.
Rafael intentaba hablar, pero Betty no dejaba de llorar.
—¡Eso no es cierto! —gritó él, poniéndose de pie—. ¡No sé de dónde sacas esas mentiras, Dayana!
—Oh, vamos —replicó ella con sarcasmo—. Todos lo sabían menos nosotros, al parecer. Qué curioso, ¿no?
Mary golpeó la mesa con fuerza.
—¡Basta! —exclamó—. En esta casa no se toleran las mentiras. Rafael, si eso es cierto, te juro que no vuelves a poner un pie aquí.
Betty, destrozada, salió corriendo al jardín con el rostro cubierto de lágrimas. Rafael fue tras ella, intentando explicarse, mientras Alexander trataba de calmar a su madre.
Jorge, sin decir una palabra, se levantó de la mesa y caminó hacia el balcón.
Dayana lo siguió, con una sonrisa apenas contenida.
Cuando quedaron a