Capítulo 67: Esperanza Renacida.
El camino hasta la hacienda se llenó de emoción.
Lía no podía dejar de mirar por la ventana, como si el paisaje le respondiera con promesas de calma. En el asiento trasero, los gemelos dormían plácidamente, envueltos en suaves mantas. Cada pequeño suspiro de ellos le recordaba lo afortunada que era de tenerlos vivos, sanos, a su lado.
Cuando el coche se detuvo frente al portón principal, el corazón de Lía comenzó a latir con fuerza.
Lucía debía estar allí, esperándola.
Apenas el vehículo cruzó el jardín, la puerta de la casa se abrió de golpe, y una vocecita familiar rompió el silencio de la tarde.
—¡Mamá! —gritó Lucía corriendo con los brazos abiertos.
Lía apenas alcanzó a salir del auto cuando su hija se lanzó sobre ella. La abrazó con tanta fuerza que las lágrimas se le escaparon sin remedio.
—Mi amor… —susurró, besándole el cabello—. Mi niña linda, te extrañé tanto…
Lucía levantó la mirada, curiosa, al escuchar los suaves quejidos que provenían del interior del coche.
—¿Y eso