Esa mañana, el destino jugó su carta más inesperada.
Mientras los recién casados recorrían las instalaciones, Lía estaba limpiando el pasillo principal del área de los directivos. Llevaba puestos los audífonos, ajena a todo, tarareando una canción suave mientras movía la cadera al ritmo de la música. Sus movimientos eran naturales, ligeros, pero tenían algo de sensualidad involuntaria que atrapaba las miradas.
Rafael fue el primero en verla. Se detuvo en seco, incrédulo.
Aquella figura, ese rostro… no podía ser.
—¿Lía? —murmuró, apenas audible.
Ella levantó la vista, y el balde de agua casi se le resbaló de las manos. Por un instante, el tiempo se detuvo: las miradas se cruzaron, llenas de sorpresa, confusión y una chispa de algo más profundo.
Betty también la reconoció enseguida.
Su sonrisa se congeló en el acto.
¿Lía Ramírez? ¿La muchacha brillante, su excompañera de colegio, la que soñaba con ser abogada?
El corazón de Betty dio un vuelco entre desconcierto y una punzada de c