Víctor deslizó los dedos por la cintura de Daniela, bajándolos lentamente hasta su cadera antes de darle una leve palmada.
—Bájate, preciosa —susurró con su tono grave y dominante—. Hemos llegado.
Daniela se separó con esfuerzo, sintiendo aún su piel, ardiendo bajo el roce de sus manos. Se acomodó el vestido con movimientos torpes y salió del auto sin mirarlo. Necesitaba espacio, aire, y claridad. Pero apenas dio un paso, él la tomó de la muñeca y la obligó a girarse.
Daniela se acomodó su vestido y frunció el ceño. Estaban frente a una terraza de piedra, que tenía mesas vacías, pero su decoración era exquisita.
—¿Seguiremos trabajando aquí?
Víctor le sonrió cerrando la puerta y tomó su cintura.
—¿Quién dijo que trabajar?
—¿De verdad? Se suponía que hoy trabajaríamos todo el día, por eso dejaste a los niños con Kosta.
—Ellos están bien, nosotros necesitamos esto…
—Víctor… —Él tomó sus dedos uniéndolos a ella para afianzar su mano y comenzó a caminar hacia la entrada.
Daniela pensó que