Capítulo 3
—No te vas a poner celosa, ¿verdad? Lilian está enferma. ¿No eras tú la que siempre me decía que la cuidara más? Y ahora que lo hago, ¿me lo vas a echar en cara?

Al ver que me quedaba en silencio, Félix habló con más firmeza:

—Sylvie, ya basta. Es tu mejor amiga. ¿No me pedías siempre que la tratara mejor? ¿Y ahora ni siquiera puedo acompañarla a ver las estrellas?

Me quedé sin palabras. Al verlo tan seguro de sí mismo, solo pude reírme por lo absurdo de la situación.

—Félix, en serio, eres un hombre muy generoso.

Él se puso serio, como si estuviera dispuesto a seguir discutiendo, pero justo en ese momento sonó su celular. Miró la pantalla, echó un vistazo rápido y luego levantó la vista para decirme:

—Sylvie, estos días voy a estar de viaje. No volveré en un buen tiempo. Tú quédate en casa y cuídate.

Respondí con un simple «ajá», pensando que tal vez era mejor que no estuviera.

Al día siguiente, por la mañana, me vestí con un traje elegante y me preparé para ir a la mansión de los Valentino a despedirme.

En el salón, los mayores de la familia estaban sentados alrededor de la gran mesa, discutiendo algunos asuntos recientes. Me acerqué al padre de Félix, que ocupaba el lugar principal, e incliné ligeramente la cabeza.

—Señor Valentino, gracias por su amabilidad durante todos estos años. He venido a despedirme formalmente.

La conversación en la mesa cesó de inmediato. El salón quedó sumido en un silencio sepulcral. Todos me miraron, sorprendidos.

La madre de Félix, visiblemente preocupada, preguntó:

—Sylvie, ¿qué pasa? ¿Por qué te vas así, de la nada?

Por su parte, el padre de Félix golpeó la mesa con fuerza.

—¿Y Félix? ¿Por qué no vino contigo? ¿Te hizo algo?

No pude responder, porque en ese momento, fuera del salón, se oyeron unos pasos suaves, y, un par de segundos después, Félix y Lilian entraron juntos, como si no hubiera nada raro.

—¿Sylvie? ¿Qué haces aquí?

La voz de Lilian sonó segura, demasiado, casi como si ya fuera la esposa de Félix.

Sonreí con calma, sin mostrar ni la más mínima emoción, y respondí:

—No tengo por qué explicarte nada.

Dicho esto, me di la vuelta y caminé hacia la puerta, sin mirar atrás. Félix reaccionó rápido, salió tras de mí y comenzó a intentar justificarse.

—Sylvie, no lo malinterpretes. Hoy traje a Lilian porque quería que mis padres la ayudaran a encontrar un buen médico. ¿De verdad te vas a enojar por eso? Querías que ella estuviera bien. Está enferma, y yo solo estoy cuidándola, dejándola que se quede aquí. ¿No es eso lo que querías?

De pronto, una imagen cruzó mi mente: el viaje que habíamos hecho juntos a Japón, cuando Félix tenía dieciséis años. Subimos juntos hasta la cima del monte Fuji. Recuerdo la promesa que me hizo aquella noche: que casarse conmigo era su mayor deseo, que algún día yo sería la señora de la familia Valentino.

Y ahora, ahí estaba él, llevando a otra mujer a su casa y metiéndome descaradamente sobre que tenía un viaje. No pude evitar reírme. Una risa amarga y llena de desdén. Todo era tan ridículo…

Al verme en silencio, Félix insistió:

—Sylvie, ¿de verdad no puedes soportarlo?

Lo miré y, primera vez, me pareció el hombre más patético y ridículo que jamás había visto.

Félix me abrazó y me dio un beso en la frente, tras lo cual me pidió:

—Vuelve a casa, y espérame.

Cuando se alejó, levanté la mano y me limpié la frente, sintiendo un profundo asco.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP