En esos días, Harold me llevó a recorrer Europa, sabiendo lo mucho que disfruto viajar. Lo tenía todo planeado: pasé horas entre las tiendas de lujo en París, me deslicé por las pistas de los Alpes como si fuera libre, y viví noches inolvidables en fiestas sobre yates en el Mediterráneo.
En la cubierta del crucero, mirando el mar, me rodeó la cintura desde atrás y, con voz suave, me susurró al oído:
—Si has decidido casarte conmigo, entonces tienes que vivir en mi mundo.
Intentaba alejarme de todo lo del pasado, sin querer pensar en lo que había sido. Sin embargo, los chismes sobre Lilian seguían llegando a mis oídos, descontroladamente.
Cuando los padres de Félix regresaron a Chicago, lo primero que hicieron fue ir a su propio hospital a revisar los registros médicos de Lilian. El padre de Félix descubrió que los resultados de sus pruebas mostraban claras señales de manipulación, y al profundizar en la investigación, la verdad salió a la luz.
Lilian no tenía ninguna enfermedad termina