—Nada, solo escuché un chisme. Dicen que hay un tipo que, sin que su novia se enterara, se casó con la mejor amiga de ella. Mi amiga decía que ese hombre es un ridículo. Pobrecita la novia, ni cuenta se dio.
No me imaginé que Félix se alteraría tanto al escuchar eso. Su cara pasó de la vergüenza al enojo, y su voz se elevó cuando dijo:
—¿Tan chismosos son, en serio? ¿Y si ese tipo tenía una razón para hacerlo? ¿Y si esa boda fue solo para cumplir el último deseo de alguien con una enfermedad terminal?
Después de tantos años juntos, en ese momento de verdad no lograba entender al hombre que tenía delante. Me resultaba tan desconocido...
Mientras estaba perdida en mis pensamientos, Félix hizo su truco de siempre: me abrazó y me dio un beso en la frente.
—Sylvie, ¿qué te pasa últimamente? Siempre estás tan callada conmigo. No sigas sospechando de todo. Hemos pasado tantos años juntos, ¿acaso no sabes cuánto te amo? ¿Qué te parece si nos casamos en cuanto resuelva lo de Lilian?
Mientras hablaba, su mano se deslizó hacia mi escote, buscando tocarme, mientras murmuraba:
—Cariño, hace mucho que no hacemos el amor.
—Perdón, no tengo ganas, y, además, esta noche quiero dormir sola.
El afecto de Félix ya solo me causaba repulsión. Lo empujé, me di la vuelta y me fui, cerrando la puerta del dormitorio con fuerza.
A la mañana siguiente, me despertó el fuerte sonido de una bocina.
Una caravana rosa, que reconocí al instante, estaba estacionada en el jardín. El sol brillaba sobre su nueva carrocería, reflejando una luz cegadora. Esa caravana... la había armado yo con mis propias manos, y ahora pertenecía a otra persona.
Al volante, Lilian llevaba gafas de sol, mientras sonriendo y levantando las llaves, me gritaba con tono exagerado:
—¡Sylvie, ¿te gusta?! Félix me la regaló.
Verla ahí, tan campante, me dejó helada. Era mi mejor amiga, y no entendía en qué momento se había convertido en… eso. Nunca imaginé que sería capaz de hacerme algo así.
Lilian bajó del vehículo, caminando con sus tacones altos, mientras sus ojos brillaban con una mirada de triunfo.
—¿Sabías que Félix dijo que yo soy la que más se merece esta caravana? —preguntó, extendiendo una mano y acariciando la carrocería, como si estuviera presumiendo un valiosísimo trofeo.
La miré fijamente, con una sensación amarga y absurda en el pecho. Esa era mi creación, mi sueño, el resultado de tantos años de esfuerzo. Y ahora ella... quería arrebatármelo todo.
De repente, Lilian metió las llaves en mi mano y, antes de que pudiera reaccionar, gritó y se tiró al suelo.
En ese momento, escuché una voz familiar detrás de ella:
—¡Sylvie! ¿Por qué le haces esto?