En la otra parte, Luna abrió la caja para cambiarse de ropa. Al ver lo que había dentro, sus ojos se abrieron de par en par: era una falda de gasa transparente, tan reveladora que resultaba provocativa. Su mirada se tensó de inmediato; comprendió que algo no estaba bien. Pensando en ese viejo lascivo, no podía esperar que tuviera buenas intenciones.
Su primera reacción fue querer huir. Justo cuando iba a abrir la puerta, esta se cerró desde afuera. Luna no tuvo tiempo de escapar. Se apresuró a girar la manija de la puerta, pero el robusto tirador de bronce no se movió ni un milímetro. Comenzó a golpear la puerta con fuerza.
—¡Ábreme! ¡Ábreme! ¡Rápido! —gritó, consciente de que se encontraba lejos del edificio principal y que, probablemente, no la oirían aunque gritara hasta quedarse sin voz.
Luna sacó su teléfono, dispuesta a llamar por ayuda. Sin embargo, al mirar la pantalla, se quedó paralizada. ¡No había señal! En esa habitación no había cobertura en absoluto. Intentó hacer una lla