Capítulo 34

La noche trajo consigo paz, y la luz de la luna se derramaba sobre el lago, creando un suave resplandor.

El Residencial Las Fuentes se alzaba en el centro del lago, rodeado de exuberante vegetación. Cuando el viento soplaba, levantaba un delicado susurro entre las hojas.

Miranda tuvo una pesadilla horrible.

El sueño la acosaba una y otra vez, sin darle tregua. Aunque sabía que estaba soñando, sentía los párpados como si se los hubieran cosido; era imposible abrirlos.

A las seis de la mañana, el cielo apenas comenzaba a clarear.

Finalmente, despertó sobresaltada.

Su camisón de seda estaba empapado en sudor; el rosa palo de la tela en su espalda se había oscurecido, y tanto su cuello como su mentón brillaban levemente por la transpiración.

Con los ojos abiertos, miraba al techo sin comprender. Tras unos segundos, movió los dedos y se tocó el pecho, justo donde latía el corazón.

—Tum, tum—.

Latía con fuerza.

“Seguía ahí, seguía ahí. Menos mal”.

Recuperando la consciencia, agarró la mitad
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