Ok.
Ya no hacía falta que ella interviniera.
No muy lejos, Ernesto y la actriz de medio pelo salían del elevador pegados como siameses. Ambos llevaban ropa distinta a la que traían por la mañana.
Miranda no era ninguna virgen ingenua; al ver su actitud, supo que probablemente habían tenido un encuentro íntimo antes de salir.
En realidad, Estela no era fea, pero su gusto era pésimo: cualquier artículo de lujo que se ponía parecía una imitación barata comprada en línea. Si a eso se sumaba su actual arrebato de furia amorosa, dispuesta a armar un escándalo, el contraste con la delicada florecilla recién “regada” que acompañaba a Ernesto era evidente.
Como era de esperarse, no habían intercambiado ni dos frases cuando Ernesto ya estaba protegiendo a la otra y apartando a Estela con impaciencia.
—¿Vas a parar de una vez? ¿Qué ganas con armar un escándalo aquí? Mírate, ¿no te da vergüenza?
—¿Que yo doy vergüenza?
Tenía los ojos enrojecidos y gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.
Con el