En cuanto me vieron, comenzaron a bromear con Matías.
—¡Oye! ¡Por fin te decidiste a traer a tu novia!
—¡Antes la tenías bien escondida!
Uno de los más atrevidos me extendió la mano directamente, sonriendo de oreja a oreja: —¡Mucho gusto!
Al segundo siguiente, Matías le apartó la mano de un manotazo y lo empujó gritando: —¡Qué va! ¡No digan tonterías! ¡Todavía no la he conquistado!
Matías se divirtió con sus amigos, aunque sus ojos siempre regresaban a mí. Nunca había sentido un ambiente tan cálido y acogedor.
Me acomodé en un rincón para verlos competir. Al final del día, cuando todos se preparaban para irse, me di cuenta de que alguien había estado ausente.
Justo cuando pensaba preguntarle a alguien, Matías apareció con un ramo de lirios blancos y esa sonrisa pícara que lo caracterizaba.
—Hace tiempo que quería regalártelas, ¡estas flores te quedan perfectas!
—Seguro te van a gustar.
—Noté que siempre dibujas un lirio junto a tu nombre.
Matías me miraba expectante y en sus ojos vi es