Lo miré con total sorpresa.
Hasta el médico se veía completamente harto. Lo agarró de la ropa y le dijo secamente: —No digas tonterías.
Se volvió directo al quirófano después de decirnos eso.
Sebastián empezó a golpear como loco la puerta del quirófano.
—¡Salven al bebé!
—¡¿Me oyeron?!
Viendo cómo se comportaba, le pregunté sin poder creerlo:
—Eres universitario, ¿cómo no sabes algo tan básico? Digas lo que digas, por ley siempre se salva a la madre.
Sebastián se puso rígido un momento, después me habló con esa voz melosa:
—¿No decías que Sofía no te agradaba? Si dejamos solo al niño para que tú lo cuides, te vas a sentir más tranquila, ¿no? Si quieres tus propios hijos, cuando nos casemos también puedes tenerlos.
—Al final lo de Sofía fue culpa tuya, pero si yo no te acuso, no te va a pasar nada. ¡Así que te tienes que casar conmigo! ¿Ya dejas de hacer teatro?
Ver a Sebastián tan seguro de sí mismo me revolvió el estómago, pero sonreí forzadamente mientras pensaba qué decirle para qu