Dos guardias avanzaron discretamente hacia una esquina del salón, donde una silueta se movía entre los presentes. Nadie más pareció notarlo. Solo yo, desde la tarima, pude verlo. Por un instante, el corazón me dio un vuelco. ¿Era Ingrid? la garganta se me secó.
Gracias al cielo. Estaba errónea.
Las luces jugaron una mala pasada. Era un hombre, sostenía una cámara entre las manos. Un periodista, seguramente.
El sujeto intentó escabullirse, pero los guardias lo interceptaron sin armar mayor revuelo. Aclaré la garganta y volví a enfocar la atención al frente. Vi a Leo. Estaba junto a Agnieszka, quien tenía a Alaric en brazos. Nuestro hijo parecía encantado con todo el movimiento y las luces. Leo seguía mirando hacia donde había estado el desconocido. Era el único que también se percató de lo ocurrido al fondo. Luego, al volver la vista hacia mí, me regaló una sonrisa entre labios.
Comencé mi monólogo:
—Buenas noches, damas y caballeros.