Tomé mi móvil, un libro cualquiera de la repisa y salí de ahí. No iba a dormir con él, ni mucho menos estar cerca de él. Me encerré en la habitación de Alaric. Urgía marcar un límite para no sucumbir a la tentación de arrepentirme. ¿Cómo se detiene un corazón que aún late por un asesino manipulador? Lo que Leo hizo estuvo mal. Y no tenía intención de dejarme convencer.
El cuarto estaba oscuro, en calma. La nodriza venía de vez en cuando a ofrecer ayuda, pero le pedí que descansara. Yo me encargaría de Alaric. Me aferraba a mi niño, a mi cordura, a la única verdad entre tantas mentiras. Lo que más dolía… era que Leo también lo había usado. Había usado al único ser inocente en medio de esta tormenta.
Durante esos dos días me refugié entre el estudio y la habitación de Alaric. Eran los únicos espacios donde podía respirar. Apenas probé bocado, el apetito abandonó mi ser por completo. Mis pechos punzaban, sentía el ardor constante de la leche retenida y, al final, tuve que darle fórmu