Capítulo 2
«Gracias por darme todas tus cosas, Raquel. Tu tiempo, tu lugar en la manada... y a él, yo también lo cuidaré bien.»

Me quedé mirando el mensaje fijamente, pero mi sangre ni siquiera hirvió, más bien se heló.

Pensé en ese maldito juego de bloques. Ese que mencionó de pasada una vez durante nuestras carreras nocturnas, que solía armarlo cuando era niño y sus padres aún vivían. Busqué en Amazon y pagué una fortuna para encontrar exactamente esa edición limitada.

Luego, pasé tres semanas armándolo a mano, hasta me corté la palma con una estúpida pieza filosa y ni siquiera me importó.

A él le encantó, dijo que era el mejor regalo que alguien le había dado jamás.

Pero la siguiente vez que lo vi, estaba en el estante de Elena.

Dijo que él se lo había prestado y no dije ni una palabra.

Aún podía recordar ese día, la expresión en su rostro cuando se lo di. Y ahora sentía como si todo lo que tocaba simplemente se deslizara hacia las manos de esa mujer.

Se me oprimió el pecho, sin embargo, no era ira, sino una pena silenciosa y vacía, como si me estuviera borrando lentamente de su vida, y él ni siquiera se daba cuenta.

Luego vino la montaña, esa estúpida Caminata de Vinculación de Manada.

Me pidió que fuera, dijo que sería bueno para mis instintos. Por supuesto, Elena también se apuntó.

A mitad del camino, se acercó a mí, actuando toda cansada y torpe. Sabía que algo andaba mal, pero no me esperaba lo que ocurrió después.

Se «tropezó», chocando directamente contra mí. Lo siguiente que supe fue que estaba rodando por la pendiente, con las rocas desgarrando mis manga, el dolor floreciendo por todo mi lado derecho. Gemí, traté de incorporarme, y ahí estaba ella, sonriendo.

Inclinándose como si le importara, me susurró:

—¿Crees que él te va a creer a ti antes que a mí? Ya me eligió.

Cuando Diego llegó corriendo por el sendero, ella estaba llorando como si se hubiera roto todos los huesos del cuerpo.

—No fue mi intención, Raquel debía estar cansada, solo extendí la mano para ayudarla...

Hasta hizo temblar su voz.

Lo miré, esperando, suplicando… por una pizca de duda. Sin embargo, no preguntó por mi brazo sangrante, ni siquiera podía caminar.

La levantó en brazos, se volvió hacia mí y dijo:

—Deja de ser tan dramática, Raquel.

Me mordí la lengua tan fuerte que saboreé la sangre.

Eso había sido dos semanas atrás, y, desde entonces, cada día se sentía como si estuviera saliendo de mi propia vida, paso a paso, viendo a alguien más ocupar mi lugar.

¿Ahora?

Faltaban tres días para que me fuese.

Estaba a punto de llamar al conductor cuando sonó mi teléfono, era él.

Su voz, como siempre, cálida y tranquila.

—Raquel, lo siento.

Por un segundo, pensé que lo decía en serio y que realmente quería estar conmigo, que finalmente se estaba disculpando por dejarme plantada en el Registro de Vinculación, por hacer esperar a los ancianos de nuestra manada mientras desaparecía sin dejar rastro.

Abrí la boca para hablar... entonces la escuché.

El tono suave y empalagoso de Elena filtrándose por la línea.

—Raquel, hermana, lo siento mucho... n-no quise dañar tu vestido de novia... —dijo, antes de agregar en un sollozo—: Se desgarró cuando me lo estaba probando, pero no fue mi intención, lo juro...

Luego se oyó la voz de Diego, consolándola suavemente, como si no fuera nada.

—Está bien, no llores. Raquel no es del tipo que se molesta por estas cosas.

Entonces, finalmente, volvió su atención hacia mí.

—Como sea, Raquel. La ceremonia se pospone por ahora, te llevaré a elegir un mejor vestido de novia después. Algo nuevo, solo para ti.

No dije nada.

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