Me di la vuelta y vi a Diego, que lucía agotado por el viaje, entrando de nuevo. Su mirada estaba fija en Ricardo, quien tenía su brazo firmemente alrededor de mi cintura.
No dije nada, solo observé el rojo en sus ojos y la delicada figura de Elena parada detrás de él, tratando de hundirme más profundamente en el abrazo de Ricardo.
Los brazos de Ricardo se tensaron a mi alrededor, sus ojos brillaron con diversión mientras miraba a los dos lobos que estaban frente a nosotros.
—No creo que lo que hago le concierna al Joven Alfa Diego, ¿verdad? —dijo Ricardo, su voz llevaba un gruñido bajo.
Diego se adelantó, extendiendo la mano para tomar la mía, jalándome hacia él. Pero Ricardo se giró rápidamente, sacándome de su alcance con facilidad, luego me soltó.
Las manos de Diego temblaron mientras se colocaba rápidamente frente a mí, bloqueando mi vista.
—Raquel, no tengas miedo, estoy aquí —su voz sonaba tensa mientras trataba de calmar sus nervios.
—Raquel es mi compañera destinada —continuó