A la mañana siguiente, desperté en una habitación extraña, acurrucada en la cama junto a un hombre con el que aún no tenía completa familiaridad. Pensé que me la pasaría dando vueltas toda la noche, pero para mi sorpresa, había dormido como un tronco.
Aún medio dormida, hundí mi rostro en lo que creí que era mi almohada y me acurruqué más cerca.
"¿...?"
Algo se sentía raro, la textura bajo mi mejilla no era tela, sino músculo cálido y sólido.
La realidad me golpeó de vuelta. Me quedé helada, luego aparté mi brazo lentamente y me atreví a mirar hacia arriba. Me encontré con un par de ojos tranquilos y profundos, ya completamente despiertos, observándome con una sonrisa sutil.
Mis mejillas se tiñeron de carmesí.
—P-perdón —tartamudeé, incorporándome de golpe—. Yo... no quise... me muevo mucho cuando duermo.
Ricardo se incorporó y me revolvió el cabello con su gentileza habitual. —No necesitas disculparte, Raquel. Estamos unidos por el vínculo.
Después de asearnos, me miró y dijo. —Ven. D