Un Maybach negro se detuvo frente a mí. Parpadeé, confundida, y me hice a un lado instintivamente.
La puerta del auto se abrió y salió un hombre de unos cuarenta años, llevaba traje elegante y una sonrisa tranquila.
—¿Señorita Raquel? —preguntó, cortés, pero seguro.
Asentí con cautela. —¿Sí?
—Me envió el Alfa Ricardo, me pidió que la llevara a casa.
¿Ricardo?
No pude evitar que mis labios se curvaran hacia arriba, solo un poco. Tal vez... tal vez ese vínculo no sería tan mala idea después de todo.
Cuando entré a la casa, se desató la tormenta.
Mi mamá gritó con toda su furia. —¡¿Te vinculaste a nuestras espaldas?! ¡¿Con quién?! Raquel, ¡toda la manada pensaba que aún andabas persiguiendo a Diego!
Apenas estaba comenzando cuando saqué el certificado plateado.
Se hizo el silencio.
Mi papá, relajado junto al piano, alzó una ceja y me dio un pulgar arriba, como si acabara de ver ganar al que todos creían que serían el perdedor, en la ronda final.
Levanté la barbilla, presumida.
Mamá me arr