Era una tarde de agosto, cálida y cargada del aroma del jazmín nocturno en flor. El cielo se teñía de ámbar y lila, mientras los últimos rayos de sol se aferraban obstinadamente a las nubes. El aire se sentía denso, como si aún no hubiera logrado refrescarse del calor del día. Empujé la verja de hierro, y ahí estaba él, parado bajo la luz de la calle como un recuerdo que no había logrado sacudirme.Diego.Seguía teniendo ese mismo rostro hermoso, con ese aire refinado, como si perteneciera a un linaje ancestral, que por supuesto, así era. Después de todo, él era el futuro Alfa de la Manada Garra Creciente.Cuando sus ojos ámbar se encontraron con los míos, vi esa chispa familiar. Era como si me estuviera viendo por primera vez, otra vez.Maldición, seguía siendo tan guapo. Mi corazón no quería admitirlo, pero la verdad era que me había enamorado de él hacía años.—Raquel —dijo suavemente—, ¿ya cenaste?Asentí. —¿Por qué estás aquí, Diego?Vaciló. —Raquel, lo siento por lo de antes. No
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