Recordaba con claridad la incomodidad de Don Darío en la limosina, aquel gesto serio cuando ella le contó sobre la casa para su madre. No había sido un reproche directo, pero la frialdad en su tono la había marcado.
Sentada en una banca, antes de dirigirse a la guardería por Lían, abrió su cuaderno de notas. Entre apuntes de anatomía y técnicas de masaje, empezó a garabatear con el bolígrafo. Escribió números, pequeñas cuentas, como si intentara descifrar cómo organizar sus gastos.
— Tengo que aprender a administrar mejor el dinero — Murmuró en voz baja, más para sí misma que para nadie.
Pensaba en las cuotas de la nueva casa, en los gastos médicos de su madre, en la guardería de Lían… y en lo poco que le quedaba para sí. Una sensación de peso se instaló en su pecho, pero también un destello de determinación.
Cerró el cuaderno y respiró hondo, con una mezcla de temor y esperanza. Si quería darle un futuro estable a su hijo y a su madre, debía ser más fuerte, más organizada.
El rui