Farid salió de su oficina y escucho la conversación de ellos, más las expresiones de Don Darío — Marvin, vete —
— Me voy, pero debo decirle que ese papito y Dios griego estará pronto disfrutando de mi manzana de la discordia —
— Deja de engrandecerla y vete o te despido ya mismo —
— Me voy, así cualquiera —
El reloj marcaba que estaba a tiempo cuando Korina entró a la guardería. El murmullo de risas y llantos infantiles llenaba el ambiente. Apenas cruzó la puerta, sus ojos se iluminaron al ver a su pequeño Lían gateando dentro del corralito, con esa energía que parecía no agotarse nunca.
— ¡Mi amor! — Exclamó con ternura, y de inmediato el bebé la reconoció, levantando sus bracitos y regalándole una sonrisa amplia que dejaba ver sus encías.
Korina lo alzó en brazos, besándole la frente con fuerza, como si con ese gesto quisiera compensar todas las horas de separación. Su corazón se apretaba cada vez que lo dejaba, pero al tenerlo cerca de nuevo, todo dolor se aliviaba.
— Ya, mi niño…