— Está bien, mi amor — Respondió ella, dándole una sonrisa cálida.
Con sus juguetes en mano, se entretuvo en el vehículo mientras avanzaban, hasta que el vaivén del camino lo arrulló y terminó dormido, con su carita apoyada en el asiento.
— Hija, ¿Cómo va con la carrera? — Preguntó Maritza, con tono maternal.
— Madre, para el título de masajista me queda un año y dos para fisioterapia —
— Muy bien, hija, y no quisiera que lo dejes a un lado —
— No lo haré, mamá — Aseguró Korina, aunque por dentro sabía que el amor y la vida que estaba empezando a construir con Don Darío podían alterar esos planes.
Maritza la observó en silencio. Era imposible no notar cómo se estaba enamorando por completo de él, y en su pecho se agitaba un temor profundo: No quería que su hija repitiera los errores del pasado.
Al llegar a la zona de navíos, el aire salado y el brillo del agua dieron la bienvenida. Los llevaron hasta el yate de Don Darío, una joya flotante.
— ¡Oh, vaya!, nunca he estado en un