Tomando la iniciativa, Korina se deslizó fuera de su agarre. Con una decisión poco habitual en ella, lo empujó suavemente hacia la cama. Sin dejar de mirarlo, comenzó a despojarse de su ropa, y él la imitó. En cuestión de segundos, ya no había nada que los separara.
El contacto piel con piel hizo que ambos soltaran un suspiro cargado de deseo. Korina se dejó caer sobre él, y pronto el placer los envolvió, creciente, intenso, como si el mundo alrededor dejara de existir.
Los gemidos comenzaron a llenar la habitación, cada movimiento era una provocación, una respuesta, un fuego que no paraba de crecer.
En medio de esa entrega, un golpe sonó en la puerta. Nadie respondió. La manija giró y apareció Farid, que apenas alcanzó a asomar la cabeza. Sus ojos se abrieron como platos al comprender la escena.
— ¡Santo cielo! — Murmuró, llevándose la mano a la frente. Rápidamente retrocedió, cerrando la puerta de golpe.
Del otro lado, aún podía escucharse su queja entre dientes: — Qué descaro…