A pesar de las advertencias de los celestiales, he decidido desprenderme de la responsabilidad de haber descubierto la existencia tangible de estos seres divinos.
Deseo volver a mi antigua vida, que, aunque monótona, era tranquila. No conocía de demonios ni de ángeles; solo de mis responsabilidades y de la banalidad humana.
Cierro la puerta de aquel lugar que, visto desde fuera, nadie imaginaría que es la morada de un ser divino.
De pronto, siento una mirada que me atraviesa la espalda. Es la joven ángel Liyeth. Me fulmina con los ojos, y por lo visto, eso era justo lo que ella esperaba que hiciera qué me fuera y los abandonara.
Confieso que me siento como un cobarde. Es como si huyera de una situación que llegó a mí por casualidad.
Perspectiva del abuelo Dorth
Ese joven humano me ha sorprendido. Su resistencia y su capacidad para comprender una situación tan inusual —encontrar a un ángel moribundo y a otro fugitivo— no son comunes en los mortales.
Afrontar algo así no es