Valeria permaneció sentada en la primera fila incluso cuando las luces ya comenzaban a apagarse y el público se dispersaba entre aplausos diluidos. Las personas felicitaban a las modelos, comentaban el desfile, se hacían fotos… pero ella seguía allí, inmóvil, fingiendo escuchar a Bianca y Rebeca cuando, en realidad, no era capaz de procesar nada.
Solo oía una frase. Solo una.
“Tu amiga Helena anda muy… ocupada en el cuarto de las escobas. Con tu marido.”
Catalina se había marchado hacía apenas cinco minutos, pero su veneno seguía flotando en el aire como el olor del incienso en la catedral de Santiago: pegajoso, persistente, imposible de ignorar.
Valeria apretó las rodillas con fuerza. No debería afectarle. No debería creerla. No debería permitirle siquiera ocuparle un pensamiento.
Pero lo hizo.
Porque ya había visto de lo que Catalina era capaz. Porque casi destruyó su vida en Serand. Porque sabía que Catalina no mentía cuando podía destruir más intensamente diciendo la verdad