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Capítulo 04 — La verdad y el dominio

El silencio del despacho pesaba más que la conversación anterior. 

Solo el tecleo constante de Leonard rompía la calma. 

Valeria observaba su perfil tras el escritorio: concentrado, imperturbable, como si nada de lo ocurrido —ni la boda, ni ella— alterara el orden de su mundo.

Intentó sonsacarle algo, una pregunta casual sobre su vida, sobre quién era realmente aquel hombre que la había comprado. 

Pero Leonard apenas levantó la vista del ordenador; los gráficos en la pantalla parecían merecer más atención que su propia esposa.

La nueva señora Blake se desesperaba mientras hacía scroll en el teléfono. 

Su nombre seguía ardiendo en las redes, convertido en una hoguera que nadie parecía querer apagar.

Insultos, burlas, amenazas de muerte… 

Cada notificación era un recordatorio cruel de una culpa que no era suya. 

Ya ni siquiera se molestaba en responder: bloquear, borrar, pasar al siguiente. Un gesto automático, casi mecánico.

Algunos mensajes rozaban lo grotesco, como los hombres que le escribían con propuestas indecentes, convencidos de que una “infiel” no tendría límites. 

Valeria soltó una risa seca, amarga. 

Aunque hubiera sido cierto lo de los cuernos… ¿por qué demonios iba a acostarse con cualquiera?

Y lo peor no era lo que decían, sino que, a fuerza de leerlo, empezaba a preguntarse si el mundo acabaría convenciéndola de ser la villana que nunca fue.

Entonces un mensaje distinto llamó su atención:

“Cuidado. Valeria Reverte ahora es Valeria Blake. 

Si no queréis terminar en la ruina, dejad de calumniarla. 

Muy pronto se mostrarán los vídeos que prueban cómo la boda se anuló porque su hermana y su prometido le eran infieles.” 

La cuenta era nueva. Sin foto, sin seguidores, y solo seguía a una persona: a ella.

Por supuesto, la respuesta no tardó. 

Una avalancha de comentarios se abalanzó sobre el mensaje:

“Deja de mentir.” 

“Seguro que es una cuenta falsa de Valeria.” 

“O de su amante.” 

Pero justo cuando la marea de odio parecía volver a cubrirlo todo, el desconocido respondió a uno de los ataques:

“¿Por qué no muestras esos supuestos vídeos?” 

Y la réplica llegó, breve y letal: 

“De acuerdo.” 

Valeria apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el vídeo sin censura comenzara a reproducirse. 

Su hermana. 

Su exprometido. 

Y la verdad, por fin, ardiendo ante los ojos del mundo.

Blake levantó una ceja al escuchar los gemidos que salían del teléfono y la vio llevarse una mano a la boca, con una lágrima temblándole en el borde de las pestañas.

—Pensé que los vídeos pornográficos solían provocar otro tipo de reacción —comentó, sin apartar la vista de la pantalla.

Valeria se giró bruscamente y acercó el teléfono a su escritorio. 

—Míralo. Esta fue la verdadera razón por la que se canceló la boda. Yo no soy una adúltera.

Leonard tomó el teléfono, lo observó un instante y pausó el vídeo con un simple toque. 

Su sonrisa fue breve, apenas una sombra.

—Lo sé —dijo con calma—. No hace falta que sigas torturándote.

—¿Lo sabías? —preguntó Valeria, incrédula. 

Nadie la había creído. Nadie, excepto quizá el misterioso usuario que había publicado el vídeo.

—Por supuesto. —Leonard se recostó en su silla, con esa seguridad tranquila que parecía inamovible—. No habría elegido como esposa a una mujer infiel.

Valeria lo miró sin comprender. 

—¿Elegido? Todo el mundo dio por cierta la versión oficial.

Él asintió, divertido con su desconcierto. 

—Ese vídeo lleva publicándose todos los días desde hace una semana. Pero siempre desaparece en cuestión de segundos, junto con la cuenta que lo sube.

La revelación la dejó helada. 

Si el vídeo ya había circulado, si alguien más lo había visto… ¿por qué la marea seguía en su contra? 

Quizá porque el mundo prefería destruir a una joven rica y humillada antes que admitir que se había equivocado.

Valeria estaba a punto de preguntarle a Leonard cómo sabía todo aquello, cuando la puerta se abrió. 

Un joven informático entró con una tablet entre las manos.

—Traigo la tablet que pidió para la señora Blake —informó con tono respetuoso.

Sus ojos se detuvieron un instante en el vestido de novia de Valeria, y una expresión de confusión cruzó su rostro antes de volver a la neutralidad profesional.

—El dispositivo viene con los sistemas de seguridad de la empresa. Si lo desea, puedo ayudarla a configurarlo. —Intentó sonreír, quizá por cortesía, quizá por lo insólito de ver una novia en el despacho del director general.

Leonard negó con un gesto leve. 

—No te preocupes, mi esposa se las apañará sola. Si necesita ayuda, yo se la proporcionaré. Puedes retirarte.

El joven asintió y dejó la tablet sobre la mesa, junto a un maletín con accesorios. 

Valeria la tomó sin mucho interés; otro símbolo más de la nueva jaula en la que vivía.

Estaba a punto de insistirle a Leonard sobre los vídeos cuando la puerta volvió a sonar. 

Esta vez fue Daniel quien entró, cargando varias bolsas de tiendas de lujo.

—Espero no haberme equivocado —dijo, dejando las bolsas junto al sofá—. He elegido lo que me pareció más adecuado al estilo de la señora.

Valeria arqueó una ceja al ver la cantidad de prendas. 

Por primera vez desde la boda, se permitió una ligera sonrisa irónica.

—Con ese número de bolsas, espero que también haya incluido una maleta para llevarlo todo —murmuró.

Leonard, sin levantar la vista de los documentos sobre su mesa, comentó con serenidad: 

—No te preocupes. Mandaré a alguien llevarlas a casa.

Valeria no supo si lo decía por amabilidad o por dejar claro que su vida, desde ese momento, ya no le pertenecía del todo.

—Daniel, puedes dejarnos solos —ordenó Leonard sin levantar apenas la voz.

El asistente asintió y salió del despacho. 

El sonido de la puerta al cerrarse resonó como un clic metálico, definitivo.

Leonard se recostó en su silla, entrelazando los dedos sobre el escritorio. 

—Bien. Ponte lo que desees para poder ir a comer.

Valeria parpadeó, incrédula. 

—¿Aquí? ¿Delante de ti?

—Soy tu esposo —respondió con serenidad—. Tendrás que acostumbrarte. Te veré en algo más que ropa interior, así que no perdamos tiempo con pudores innecesarios.

El corazón de Valeria dio un vuelco. 

No por las palabras, sino por la naturalidad con la que las dijo, como si dictara un simple informe. 

Leonard no sonaba provocador… y, sin embargo, había algo en su tono que la desarmaba.

—Podrías mirar a otro lado —murmuró ella, sujetando una de las bolsas.

Él no lo hizo. 

Sus ojos siguieron cada movimiento con calma, sin torpeza, sin lujuria evidente, pero con una atención concentrada que podía volver el aire irrespirable.

Valeria se volvió de espaldas y respiró hondo antes de bajar el cierre del vestido. 

La seda cayó sobre sus pies con un susurro. 

El silencio en la sala era tan denso que podía oír el latido de su propio corazón.

Leonard no se movió, pero tampoco desvió la mirada. 

Y, aun así, su quietud tenía algo de amenaza. 

No se acercó, no trató de mirarla más de cerca, pero parecía disfrutar el espectáculo con un dominio extremo de sus emociones. 

Era casi peor así: la estaba desarmando, no con las manos, sino con el control.

Valeria cerró la cremallera del nuevo vestido y giró hacia él, el orgullo erguido a pesar de la incomodidad. 

—¿Satisfecho?

Leonard apoyó los codos sobre la mesa, los ojos fijos en los de ella. 

—No del todo —respondió con voz baja—. Pero aprenderemos a estarlo.

Valeria se volvió hacia las bolsas, intentando disimular el temblor en sus manos. 

Maldita sea, al menos muestra algo de pérdida de control, pensó. ¿Es que no te parezco atractiva?

Mientras revisaba la ropa, notó con sorpresa que todo coincidía con su estilo: los colores, los cortes, incluso los tejidos. 

Demasiado preciso para ser casualidad.

—¿Cómo sabía Daniel lo que me gustaría? —preguntó, quitándose las medias antes de ponerse una de las camisas y la falda. Las prendas encajaban como si hubieran sido elegidas por alguien que la conocía de verdad.

Leonard se levantó y rodeó lentamente el escritorio. 

—Lo sé todo de ti —respondió con esa calma glacial que la desarmaba—. Ya te lo dije. Y mi mano derecha debe saber hasta a qué temperatura te gusta la sopa.

Leonard levantó apenas la mirada, como si percibiera algo, justo antes de que la puerta se abriera de golpe.

El sonido seco del golpe rebotó en las paredes. 

Un joven, con la furia marcada en el rostro, irrumpió sin pedir permiso.

—¿Cómo se te ocurre casarte con esta golfa?

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