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Mundo de ficçãoIniciar sessãoValeria, que estaba apenas a un palmo del intruso, levantó la mano sin pensarlo y la bofetada resonó en el despacho como un disparo.
El joven se quedó helado, con la marca roja dibujándose en la mejilla, mientras Leonard, detrás del escritorio, esbozaba una sonrisa apenas contenida.—No me llames “golfa” —escupió ella, la voz temblándole entre rabia y orgullo—.
Yo no hice nada. Antes de difamar a una desconocida, pregúntale a ella.El joven intentó devolverle el golpe, alzando el brazo con furia.
—No golpees a alguien que te puede…Ni terminó la frase ni consumó el movimiento.
—Mike, toca a mi esposa y será lo último que hagas en esta vida.
El silencio cayó como una losa.
Ambos hermanos se sostuvieron la mirada, y el aire pareció volverse más denso con cada segundo que pasaba. Para Valeria, aquel intercambio duró una eternidad.Leonard fue el primero en romperlo, aunque sus palabras no hicieron más que subir la tensión.
—Mike —dijo con voz fría—, ser mi hermano no te da derecho a irrumpir en mi despacho sin llamar. Mi secretaria está para eso.Solo entonces Valeria reparó en la joven de la puerta, inmóvil, pálida, como si hubiera intentado detenerlo antes de que entrara.
—Tampoco te da derecho a faltar al respeto a mi esposa —continuó Leonard, entrelazando los dedos sobre el escritorio—. Ni a inmiscuirte en mis decisiones.
Mike apretó los puños a ambos lados del cuerpo.
Cada músculo de su rostro temblaba de rabia contenida. De vez en cuando lanzaba una mirada hacia Valeria, una mezcla de desprecio y amenaza que le revolvió el estómago.El ambiente se volvió tan espeso que Valeria sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Podía percibir la violencia agazapada bajo la superficie, esperando una chispa. Se movió despacio, sin llamar la atención, hasta situarse detrás de la silla de Leonard. No era valentía. Era puro instinto de supervivencia.—A mamá no le gustará esto. ¿Has pensado en Catalina? —rompió Mike el silencio, con una voz tan contenida que sonó más peligrosa que si hubiera gritado.
—Madre tampoco tiene derecho a inmiscuirse en mis decisiones sentimentales —respondió Leonard con una calma que era casi un desafío—.
Y en cuanto a Catalina… —resopló, relajado— si tanto te gusta, cásate tú con ella.Mike sonrió, pero hasta Valeria pudo notar que aquella sonrisa era todo menos auténtica.
—No lo puedo entender —dijo, acercándose un paso más hasta quedar frente al escritorio—. Explícamelo, Leonard. ¿Una Reverte? ¿Y no una cualquiera, sino la zorra que engañó a su prometido días antes de la boda?El silencio que siguió fue como el filo de una navaja.
Leonard levantó la vista, impasible. —No tengo que darte explicaciones, Mike. —Su voz era baja, pero firme—. Valeria es una decisión estratégica para la empresa… y, además, la mujer que he elegido como compañera. Eso es lo único que necesitas entender.Leonard se reclinó en la silla con una calma que contrastaba con la tensión que impregnaba el aire.
Valeria, de pie tras él, apoyó una mano sobre su hombro, buscando anclar algo de estabilidad.—Da igual si me caso con Valeria, con la reina de Inglaterra o con una prostituta —repitió con serenidad cortante—.
Mis parejas no son asunto tuyo, ni de madre, ni de Catalina. Incluso si no la hubiera elegido a ella, habría varias por delante de Catalina.Mike clavó los ojos en Valeria.
Si no hubiera estado protegida por la presencia de Leonard, habría retrocedido más de un paso. Pero, en un arranque de dignidad, la nueva señora Blake dio un paso adelante y extendió la mano hacia él.—Deja de llamarme golfa, zorra o cualquier otra estupidez —dijo con voz firme—.
Hagamos las paces. No necesito una disculpa. Solo quiero que no haya guerra entre el hermano de mi esposo y yo.Mike miró su mano. No quería tocarla. No quería ceder.
Pero la mirada helada de Leonard, al otro lado del escritorio, no le dejaba muchas opciones. Apretó el puño, dudó un segundo más, y finalmente se giró hacia la puerta sin estrecharla.—Esto no va a terminar bien, demonio —murmuró antes de salir, cerrando la puerta con un portazo que resonó como un disparo.
Durante unos segundos solo se oyó el zumbido del aire acondicionado.
Valeria, aún con la mano extendida, suspiró y la dejó caer.Leonard, sin alterarse, giró la pantalla de su ordenador y comenzó a escribir un correo:
✉️ Correo de Leonard Blake
Asunto: Política interna sobre difamación y conducta profesional
De: Leonard Blake, CEO
Para: Todo el personal
Fecha: [automática del sistema]
Estimados empleados,
A partir de este momento, la Sra. Valeria Blake (anteriormente Valeria Reverte) será reconocida oficialmente como mi esposa y, por tanto, como miembro del círculo directivo de la compañía.
Cualquier comentario, publicación o insinuación —dentro o fuera del ámbito laboral— que falte al respeto o atente contra su reputación será considerado una falta grave y conllevará el despido inmediato.
Recordad que la profesionalidad no termina al salir de la oficina. La lealtad y la discreción son valores fundamentales de esta empresa, y no toleraré ningún acto que los comprometa.
Atentamente,
Leonard Blake
Director Ejecutivo
Valeria sonrió.
No era necesario aquel correo, pero al menos dentro de las empresas de su marido se acabaría la caza de brujas contra ella. Por primera vez en semanas sintió que alguien la defendía sin exigirle nada a cambio.Sin pensarlo demasiado, se inclinó y le besó la mejilla.
El gesto la sorprendió incluso a ella misma. La habría comprado, sí, pero desde aquel funesto día de la boda cancelada, Leonard era el único que se había mostrado amable.—Gracias, Leonard —susurró—. No hacía falta.
Él giró la cabeza hacia ella, y durante un segundo la dureza de su expresión pareció suavizarse.
—Por supuesto que hacía falta —respondió con una media sonrisa—. No voy a tolerar más calumnias sobre mi esposa en mis propias empresas.Se levantó de la silla, acomodándose la americana con ese gesto automático que parecía ensayado.
—Ahora vamos a comer —añadió con ironía tranquila—, antes de que otro estúpido o estúpida decida irrumpir por esa puerta.Mientras seguían hacia el ascensor, Valeria no pudo evitar mirar a su alrededor.
El edificio Blake parecía más un templo que una oficina: acero, cristal y silencio. Cada empleado que cruzaban bajaba la cabeza con una mezcla de respeto y miedo.Era extraño pensar que ahora ella era “la señora Blake”.
Y, aun así, no podía recordar la última vez que había sentido tanto miedo.Ella se cogió del brazo de Leonard y pego su cabeza en el brazo, buscando su seguridad, si estando en el despacho de Blake ya había sido insultada ni quería imaginarse la posibilidad de cruzarse con alguien en la calle. Afortunadamente no fueron muy lejos era un restaurante prácticamente al lado del edificio de la conglomerado Blake.
Este estaba ubicado justo frente al edificio, discreto y elegante, con grandes ventanales que daban al bullicio de la avenida.
Desde fuera no parecía nada especial, pero al cruzar la puerta, Valeria comprendió por qué Leonard lo había elegido.No era un lugar para comer: era un refugio.
Luz tenue, manteles de lino blanco, el murmullo controlado de una música instrumental que flotaba apenas por encima del silencio. Cada detalle hablaba de dinero, pero también de control. Incluso los camareros se movían con una precisión casi coreográfica, sin una palabra de más.El maître los recibió con una reverencia leve.
—Señor Blake, su mesa está lista.Por supuesto lo estaba.
Valeria comprendió que en ese lugar todo y todos respondían a Leonard antes incluso de que hablara.Los condujeron hasta una mesa junto a la cristalera, apartada del resto.
Leonard le cedió el asiento con un gesto que, más que cortesía, parecía una orden revestida de educación. Ella se sentó, sin saber bien si debía agradecerlo o simplemente obedecer.—¿Vienes a menudo aquí? —preguntó en voz baja, más por llenar el silencio que por curiosidad real.
—Demasiado —respondió él mientras revisaba la carta—. Es el único sitio donde no me hacen perder tiempo.
Valeria alzó la vista y lo observó.
La luz suave del restaurante caía sobre su rostro, marcando los ángulos de su mandíbula, el brillo de sus ojos. Era un hombre atractivo, sin duda… pero lo que realmente impresionaba era la manera en que ocupaba el espacio, como si incluso el aire se adaptara a su ritmo.Un camarero apareció de inmediato.
Leonard ni siquiera tuvo que pedir; bastó una mirada y dos platos fueron anotados sin una sola palabra. Cuando el hombre se retiró, Valeria arqueó una ceja.—¿Siempre decides por los demás?
Leonard apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos, observándola con interés.
—Solo cuando los demás no saben lo que quieren.—Y tú sí lo sabes, ¿verdad? —replicó, sin apartar la mirada.
—Siempre. —Sonrió con una calma que era más peligrosa que cualquier amenaza.
Durante unos segundos, el silencio volvió, pesado pero no incómodo.
Valeria se descubrió jugueteando con el borde de la servilleta, sin saber si estaba más nerviosa por su cercanía o por su indiferencia.—Eres un hombre difícil de leer —se atrevió a decir finalmente.
—Y tú una mujer demasiado transparente. Pero eso cambiará.
Valeria sintió un escalofrío que no supo si era miedo o algo más.
Por un instante pensó en cómo, a pesar de todo, se sentía más segura allí, con él, que en cualquier otro lugar.Fuera, el tráfico rugía. Dentro, solo existía aquel silencio tenso, el roce de las copas, y el eco de sus propias contradicciones.
Quizá —pensó—, lo más peligroso de todo no era estar casada con un desconocido…
sino empezar a sentirse a salvo a su lado.








