Mentiras bajo los focos ,te pido perdon
Mentiras bajo los focos ,te pido perdon
Por: Laurann Kleypas
Prologo : Demaciado tarde

 Estación de tren, Milán. Invierno. Año actual.

El aire frío mordía la piel como pequeños alfileres. La estación vibraba con murmullos, pasos apresurados, y los curiosos que de tenían su camino para mirar la escena en el anden de la estación.El silbido agudo del tren que se acercaba era la trágica melodia.

Mientras Alba Mariani se mantenía inmóvil. Su abrigo largo color crema ondeaba con la brisa y su cabello oscuro caía en ondas elegantes, cubriéndole parte del rostro. A unos metros, tres niños observaban con sus mochilas colgadas al hombro, ajenos al drama que se desarrollaba ante ellos, entretenidos entre sí como solo los niños de seis años saben estarlo.

Delante de ella, un hombre poderoso se había reducido a lo que nunca imaginó ser: un mendigo de amor. Massimo DeLuca, el aclamado director de cine, estaba arrodillado en el suelo helado de la estación, con las palmas extendidas hacia la mujer que había destruido con sus propias manos. Su abrigo negro estaba arrugado, y sus ojosgrices brillantes mientras el atractivo rostro lucia al más clara desesperación.

—Alba... por favor… escúchame —rogó con la voz rota—. Tenemos. Que hablar tienes que escucharme.

Ella lo observó en silencio. Su rostro era el de una escultura griega tallada en mármol: hermosa, pero impenetrable. No había lágrimas. No había rabia esas se habían acabado hace años. No había siquiera desprecio en su expresión solo una calma gélida que dolía más que cualquier grito, una que había perfeccionado con los años.

—Fui un idiota. Lo sé. Pero no sabía… ¡No sabía que todo fue una mentira! —continuó Massimo, su voz quebrándose aún más—. Lía… me engañó. Me manipuló. Yo… pensé que tú… Cerró los ojos con fuerza, como si las palabras que venían a su mente fueran demasiado vergonzosas para pronunciarse. —Pensé que solo querías lo que mi apellido podría darte en nuestro trabajo.Que te acostaste con ese hombre para obtener el papel…—apreto sus dientes— y que traicionaste a tu propia hermana. Pensé que eras ambiciosa, falsa… Pero no. Era ella. Siempre fue ella, estaba siego, pero ahora yo...

Alba parpadeó lentamente. Su mirada bajó por un segundo hacia el hombre que había sido su esposo por seis años. El mismo que le había quitado todo. Su carrera. Su dignidad. Su libertad.

—Te casaste conmigo, Massimo para castigarme, creíste en las palabras de alguien más antes que en mi que teamab... —dijo con suavidad antes de callarse abruptamente para respirar—. Me humillaste. Me llamaste estorbo y me causaste de embarazarme para atraparte —su rojo era calmado—me hiciste hacerles el adn a tus hijos y luego... luego huiste, dejándome criar sola a tus hijos mientras tú ibas a premios y fiestas con mi hermana del brazo.

Massimo tragó saliva con dificultad, incapaz de revatir una sola de aquellas pesadas verdades.

—¡No la amo, Alba! Nunca la amé. Solo estaba… perdido. Rotó por ti por el amor que siento y no pude dejar de sentir incluso cuando pensaba que eras lo peor de este mundo.

Ella sonrió. Una sonrisa triste, lejana. Como quien escucha la confesión de un desconocido.

—¿Y ahora vienes a buscarme? ¿Después de seis años? ¿Después de decirme que Lía era una mujer "sincera", "fuerte", "merecedora de respeto", mientras a mí me llamabas tu vergüenza y carga? —sus ojos finalmente brillaron—. ¿Ahora que sabes la verdad esperas que regrese contigo… como si no me hubieras matado lentamente?, no sucederá,tu amor ya no me interesa, como tampoco me interesa seguir escuchándote.

El tren se detuvo con un silbido final justo en ese momento y las puertas se abrieron. Alba miró a sus hijos y les hizo una seña con la mano.

—Mamá… ¿ya vamos al hotel con los señores de la serie? —preguntó uno de ellos, corriendo hacia ella. —Sí, mi amor. Ya casi.

Massimo se levantó tambaleante, sin importarle la mirada de extraños. Extendió una mano hacia ella, desesperado mientras se odiaba un poco más al ver a sus hijos ignorarlo por completo.

—No me dejes así. Te lo ruego. Me lo merezco, lo sé, pero… ¡Alba, por Dios! ¡Yo te amo!

Alba bajó la mirada hacia la mano extendida y, sin decir nada, la esquivó. Luego tomó la de sus hijos y caminó hacia el tren.

—¡Alba! ¡ALBA! Ella no volteó. Ni una sola vez. Massimo quedó solo en el andén. Inmóvil. Respirando hondo, como si la estación se hubiera quedado sin oxígeno. Su mundo, una vez más, se había roto. Pero esta vez, tal vez, para siempre.

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