Capítulo 1 : La decisión

Tres meses atrás

Alba miró el documento electrónico una vez más y con la voz más decidida que había usado en mucho tiempo habló.

—Estoy de vuelta, ustedes—dijo mientras su pulgar firmaba el contrato en la tableta 5que le había extendido el productor de la nueva serie. «Roma y Romance»

El hombre del otro lado de la mesa, los ojos del ejecutivo de televisión que había perseguido traerla de vuelta a la televisión durante los últimos años brillaron como el oro, luego extendió su mano con respeto. Sabía que no estaba fichando solo a una actriz. Estaba presenciando el regreso de una mujer que llevaba demasiado tiempo silenciada y le iba a traer mucho dinero.

—Bienvenida de vuelta, Alba Mariani, estoy genuinamente encantado de ser quien traiga tu talento de vuelta a la pantalla.

Ella sonrió. Una sonrisa real, cálida, emocionada por primera vez desde que sus pequeños nacieron. Había pasado mucho tiempo desde que escuchó su nombre sin una sombra detrás. Sin los susurros de escándalo, sin los titulares mezquinos, sin el eco de una voz masculina que la juzgaba. Esa voz que había amado… y que la había quebrado.

La Tablet hizo un pequeño sonido al confirmar la firma. Alba la devolvió, se puso de pie y recogió su bolso. Afuera, Roma la esperaba. A ella y a sus hijos. A su nueva vida. La decisión de marcharse no había nacido de un impulso. No era venganza, ni capricho. Era instinto de supervivencia.

El día anterior había recogido a los trillizos del colegio con una calma sospechosa. Les sonrió con ternura. Les preguntó por su día. Les llevó helado, aunque hacía frío. Y esa noche, mientras ellos dormían juntos en el sofá, rendidos de tanto reír, Alba hizo su maleta.

No era la primera vez que pensaba en irse. Pero sí era la primera vez que tenía el valor real de hacerlo. Había soportado durante años desprecios y hacía dos días cuando vio la revista de famosos donde su esposo había confirmado valorar la idea de casarse con…con aquella mujer ella no había podido soportarlo más.

Esa noche como las otras , él no había vuelto a esa casa donde la había encerrado, donde la había condenado a no ser más que un mueble más. sacó las pocas cosas suyas que aún tenían algún valor para ella en aquella casa, tomo el pasaporte, los papeles de los niños, el contrato impreso y las reservas del hotel donde vivirían los próximos dos meses mientras grababa. Guardó todo con cuidado, como quien empaca los restos de una vida que alguna vez fue suya.

En la mesa de la cocina dejó una nota para Massimo. No decía mucho. Solo:

“Me voy, no me busques, los niños y yo estamos bien se feliz con mi hermana Alba.”

Y debajo, por primera vez en seis años, firmó con su apellido de nacimiento. Mariani. No DeLuca. Esa mañana, cuando él llegó a casa, la encontró vacía. El silencio fue tan brutal como un portazo. La nota lo esperaba, solitaria, sobre la mesa. La leyó una vez. Luego otra y otra. Hasta que comprendió que sí que ella se había ido.

Massimo, que pensó que cuando aquel momento llegaría se habría sentido libre simplemente se desplomó en una de las sillas con el pecho oprimido como si le hubiesen arrancado el corazón. había subestimado muchas cosas en su vida, el talento de su esposa, su dignidad, su dolor, la había alejado de todos para vengarse, Pero nunca pensó que Alba tuviera el coraje de marcharse sin avisar. Sin escándalos, sin llanto, sin súplicas y tampoco pensó que se sentiría de aquella manera al darse cuenta de que se había marchado.

Presente

En el tren que los llevaría de Milán a Roma, Alba cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el vidrio. Sus hijos dormían abrazados entre sí, sus mochilas como almohadas improvisadas. Era la primera vez en años que se sentía libre. No segura, no a salvo, pero sí libre y decidida.

Recordó los primeros meses de su matrimonio mientras el paisaje cambiaba al ritmo del tren. Hubo un tiempo en que Massimo la amo, en que ella fue genuinamente una mujer feliz y fue en ese tiempo en que le prometió estar con él toda la vida, sin embrago…esa promesa quedó en nada cuando él no confió en ella. Cuando decidió creer cada mentira que Lía sembraba con sonrisa dulce y voz melosa. Recordó cómo su mundo se fue estrechando. Primero con silencios. Luego con desconfianza. Más tarde con humillaciones y finalmente… con el abandono más cruel, su relación ante las cámaras como una pareja enamorada.

Alba prestó los puños con fuerza mientras miraba hacia la ventana, una pequeña mano tocó su puño y la mirada infantil de Petro la hizo sonreír a pesar del dolor en su pecho.

—No estés triste mami—dijo protector—Fabri y yo te cuidaremos a kiara y a ti mami, no necesitas a papá.

La mujer sonrió abrazando a su hijo con ternura, se había cansado de intentar explicar, de intentar en vano que el hombre que amaba comprendiera que ella no le había engañado nunca y ya no iba a justificarse o rogar por un lugar en la vida de un hombre que no quiso creer en ella. Ella no sería más su vergüenza, ni su error. Mucho menos sería otra vez una sombra en la vida de su esposo. Desde ahora era Alba Mariani. La madre, la actriz y la mujer capaz de renacer de las cenizas.

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