—¡No, no, no! —exclamó Massimo, alzando la voz con desesperación mientras la joven actriz de dieciocho años apenas se preparaba para decir su línea—. ¡Te dije que lo mires como si fuera la última vez que lo ves, no como si fuera el maldito vibrador que usas cuando no tienes novio!
Un silencio denso se apoderó del set. La joven abrió y cerró la boca, con los ojos cristalinos, hasta que las lágrimas le nublaron la vista. El ambiente se tensó. Todos en la producción contuvieron el aliento mientras Massimo soltaba el guion sobre su silla con un golpe seco, se quitaba el micrófono y se alejaba con pasos firmes del área de grabación.
Lucio, uno de los camarógrafos, lo siguió con preocupación. No era la primera vez que lo veía alterado en los últimos días, pero esto... esto era otra cosa. El director, antes paciente y preciso, se había convertido en una tormenta a punto de estallar.
—¿Estás seguro de que estás bien? —preguntó Lucio con cautela.
Massimo inhaló profundamente del cigarrillo entre sus dedos, una imagen incongruente en él. No fumaba. Nunca en el set.
—¿Estás fumando en el set? ¿Tú? —insistió Lucio, incrédulo.
—¡Vete a la m****a, Lucio! —soltó Massimo con un rugido ahogado por la frustración—. Hago lo que me da la gana en mi puto set.
Lucio alzó una ceja con resignación, tomó el cigarrillo de su amigo y también dio una calada. Se recargó en una de las cajas de sonido sin decir nada, esperando a que Massimo hablara por sí mismo.
Y lo hizo.
—Alba se fue —escupió el director, con la voz cargada de rabia y un temblor apenas perceptible—. Me dejó hace dos malditos días. No sé dónde está. No responde. Nada.
—¿Se fue? —repitió Lucio, soltando un bufido cansado—. Hasta que se cansó... Pero, ¿no era eso lo que querías?
—¡No! —La negación fue instantánea, brutal. Massimo apretó los puños, conteniendo el grito que amenazaba con desgarrarle el pecho—. Quiero decir... si se lleva a mis hijos, claro que no es lo que quiero.
Lucio lo miró con dureza, como solo lo hacen los amigos de toda la vida.
—Bueno, al menos ahora puedes divorciarte... y casarte con la víbora de Lía. Pero no sigas gritándole a la pobre chica del set. Todos te están mirando como si fueras un lunático.
Massimo observó cómo Lucio se alejaba tras decir esas palabras, dejándolo con la garganta seca y el alma revuelta. Se cruzó de brazos, intentando ignorar el ardor que le provocaba pensar que Alba se había marchado... quizás con otro. ¿Era posible que ya tuviera a alguien más?
Se decía a sí mismo que solo le preocupaban los niños. Que eso era todo. Pero lo cierto es que la sola imagen de Alba en brazos de otro lo corroía por dentro, como una herida que se negaba a cicatrizar.
Sintió el zumbido del móvil en su bolsillo. Sacó el teléfono y frunció el ceño al ver la foto en pantalla: una imagen suya siendo besado en la mejilla por Lía. Ni siquiera recordaba haber permitido esa foto. Apretó los dientes y contestó con voz apagada.
—Massi, ¿por qué llevo dos días sin saber nada de ti? —La voz chillona de Lía lo hizo cerrar los ojos con fuerza—. Hoy tenemos cena con tu amigo, el productor de la nueva película. Te envié la dirección, pero no respondes mis mensajes...
—Estoy grabando, Lía —respondió, cansado—. No puedo estar pendiente del teléfono todo el tiempo. Nos vemos esta noche... O mejor, ve tú sola a esa bendita cena.
—¿¡Cómo me pides eso!? —La voz de Lía se elevó—. ¡Eres mi prometido, Massi! ¡Es tu amigo! Cuando le conté que estábamos juntos, dijo que quería...
—Está bien, Lía. Iré a la maldita cena. Ahora voy a colgar.
—¡¿Qué te pasa, Massi?! —gritó ella al otro lado de la línea—. ¡¿Por qué me hablas así?! Hace días que no vienes a casa... ¿Tuviste problemas con Alba?
El solo escuchar ese nombre salir de los labios de Lía fue suficiente para que Massimo colgara sin responder. Se pasó una mano por el rostro, exasperado, y regresó al set como si nada. Como si no necesitara saber dónde demonios estaban su esposa y sus hijos.
Esa noche, el restaurante no era un lugar común. Era el favorito de las celebridades en Milán. Los paparazzi estaban apostados como buitres fuera del local, y aunque Massimo odiaba admitirlo, sabía que Lía había elegido el sitio solo para figurar en los titulares del día siguiente.
—Cambia esa expresión, Massi —le susurró ella con una sonrisa forzada—. Nos están mirando.
—¿No podíamos ir a otro lugar? —masculló él, observando cómo ella saludaba con coquetería a los fotógrafos—. Odio esta... publicidad barata.
—Cariño, esto es bueno para tu nueva película —dijo Lía, besándole la mejilla y dejando una marca de labial—. ¿Hoy grabaste la última escena, ¿verdad? ¡Mi personaje debió durar más! ¿Puedo estar en la próxima?
—No tengo planes de hacer otra película aún —respondió Massimo, intentando no sonar cruel—. Y no vamos a hablar de trabajo esta noche. ¿De acuerdo?
—De acuerdo... —murmuró ella, haciendo un puchero infantil.
Era una actriz promedio, lo sabía. Nunca estaría a la altura de Alba. Pero al menos, Lía no lo había engañado jamás. Eso pensaba él. Y por eso, de tanto en tanto, le concedía uno que otro capricho.
Entraron al restaurante y se dirigieron a la mesa reservada. La cena, lejos de ser una velada entre amigos, se convirtió rápidamente en una discusión de negocios disfrazada de reunión social. El productor solo parecía interesado en los escándalos y la vida personal de sus actrices más que en sus habilidades reales. Massimo se apartó mentalmente de la conversación. Sacó su teléfono, sin buscar nada en particular. Vio tráileres, carteles promocionales... y entonces, la sangre se le heló.
"Roma y Romance. La nueva serie que cambiará tus tardes de domingo. Ernesto Brunini y Alba Marriani."
El corazón le dio un vuelco.
—¡Como te atreves! —explanó antes de que la voz de Lía lo sacara de su trance. Massimo se puso de pie de golpe antes de mirarla.
—¿Qué haces, Massi? —preguntó ella, sonriendo nerviosa—. ¿Qué sucede?
Él la miró como si no la reconociera. Apuró de un trago lo que quedaba en su copa y se alejó de la mesa sin decir una palabra. Alba. En Roma. Filmando con él. Con Ernesto maldito Brunini. ¡Sabía que ese bastardo siempre estuvo enamorado de su esposa! ¿Y ahora compartían créditos en una serie? El pecho le dolía. Le ardía. Le quemaba el aire.
¿Cómo había sido capaz de irse? ¿De dejarlo así?
¿Cómo se atrevía?