Las luces del set eran cálidas, pero nada comparado con el fulgor de los ojos que la seguían. Alba Mariani entró al estudio de rodaje con la seguridad de quien conocía cada esquina del escenario. Aunque le había sido difícil levantarse esa mañana, ahora, frente a aquel set, se sentía emocionada. Sin embargo, aún cargaba la tensión de quien lleva una cruz sobre la espalda.
Ese era el primer día de grabación, el primer paso de su nueva vida. Alba, vestida con un sencillo vestido beige ajustado al cuerpo, el cabello recogido en una coleta baja y maquillaje discreto pero profesional, saludó al director con entusiasmo.
A cada paso, la atención se posaba sobre ella. No solo por la posibilidad de que hubiera olvidado todo lo que alguna vez supo, sino por la belleza que parecía no haberse desvanecido con los años... o al menos, eso opinaban algunos.
Alba Mariani estaba de vuelta. Recordó la mujer que solía ser mientras intentaba ignorar a las personas que murmuraban a su alrededor. Una joven asistente de vestuario le entregó una carpeta de horarios mientras murmuraba:
—Mi abuela aún guarda recortes de sus películas… dice que su actuación en Luces de otoño fue de otro mundo.
—Gracias —respondió Alba con una sonrisa amable, aunque su voz sonó hueca incluso para ella. Habían pasado muchísimos años desde aquello—. Esperemos tener éxito esta vez.
La asistente le sonrió, y Alba se sintió un poco mejor. Sin embargo, no todos en el set la miraban con nostalgia o admiración. Algunos cuchicheaban en las esquinas, con miradas recelosas, ignorando por completo que ella podía escucharlos.
—Dicen que lo traicionó… —Alba fingió leer su libreto cuando esas palabras llegaron desde algún lugar.
—¿A Massimo, no? —respondió otro—. No entiendo cómo fue capaz de serle infiel a un hombre como él siendo su mujer.
—Él la vetó de todos los proyectos grandes por años —afirmó otra voz—. De hecho, no ha vuelto a actuar por eso.
—Se rumorea que se acostó con un productor para escalar… —dijo otra persona—. No puedo creer que existan mujeres así.
Alba lanzó el libreto sobre la mesa plegable a su derecha. Las personas jadearon mientras el ambiente se sumía en un silencio incómodo. La mujer no podía hacer más que mirarlos con enfado. No quería discutir ni intentar luchar contra los chismes. Nada de eso estaba confirmado, pero tampoco negado, y en el mundo del cine, el silencio alimenta más que la verdad.
—¡Albita! —alzó los ojos cuando escuchó aquella voz que la alejó de sus pensamientos—. ¡No puedo creer que voy a trabajar contigo!
Desde la esquina del estudio, Ernesto Brunini, el coprotagonista, la saludó con una sonrisa cómplice mientras caminaba hacia ella con emoción en la mirada. Alba se sintió mucho mejor en ese momento. Al menos tenía a alguien conocido en ese lugar.
Ernesto había sido uno de los pocos que no la abandonaron cuando todo se vino abajo. Estuvo ahí cuando los teléfonos dejaron de sonar, cuando los papeles comenzaron a desaparecer y cuando su nombre se convirtió en una advertencia: "No trabajes con ella si amas tu carrera."
—¿Lista para hacer historia otra vez? —preguntó él, sujetando el guion con una sonrisa coqueta—. Hoy todos están emocionados por tu regreso.
—Creo que les emociona tenerte a ti en esta película —contestó Alba, haciendo que Ernesto sonriera—. En especial con la escena dieciséis que acabo de ver.
—Tuve que hacerlo, estaba en el contrato —dijo el hombre, sonriendo—. ¿Quieres que vayamos a cenar después del rodaje?
—No lo sé, mis hijos… —Alba carraspeó—. Creo que no es buena idea.
—Por favor, Albita, no voy a aceptar un no —respondió Ernesto con seguridad—. Vamos a un restaurante con menú infantil. Tenemos que ponernos al día, ¿sí?
—¡Sí! —dijo Alba justo cuando el director los llamó a todos para comenzar con el trabajo.
Massimo observaba las ofertas laborales desde su oficina privada. No pudo evitar mirar su computador, diciéndose que no le interesaba realmente lo que Alba hiciera... o eso prefería creer. El póster digital flotaba en la pantalla de su laptop, y la imagen de ella sonriendo junto a Ernesto lo carcomía.
Ella no era así. No le sonreía a él de esa manera desde hacía muchos años, y ese maldito de Ernesto debía estar lamiéndose los dedos, listo para intentar tener algo con ella.
¿Por qué le molestaba tanto?
La respuesta no llegó. Y cuando Lucio, su asistente y camarógrafo de confianza, entró sin tocar la puerta, supo que su día se complicaría. Sabía que interrumpir sin anunciarse podía costarle un grito… pero el silencio de Massimo era mucho peor.
—Ya lo viste, ¿verdad? —preguntó Lucio, cerrando la puerta tras de sí—. Me llamó un colega y dice que la filmación comenzaba hoy.
Massimo ni siquiera respondió. Solo se recostó en la silla, brazos cruzados, mandíbula apretada, intentando con todas sus fuerzas parecer indiferente.
—Se ve bien —añadió Lucio, como quien lanza un fósforo en una gasolinera—. La serie, digo. Y mi socio dijo que Alba estaba feliz de trabajar con Ernesto.
—Claro que se ve bien —masculló Massimo entre dientes—. ¿Cuándo no ha brillado frente a una cámara? Es muy buena actriz.
Ignoró por completo las palabras de Lucio sobre Ernesto. Apretó los puños mientras su asistente insistía:
—Entonces, ¿por qué la odias tanto? Si sabes de lo que es capaz, estás aquí odiando el mundo.
La pregunta flotó en el aire.
Massimo cerró los ojos. Recordó el día en que la descubrió. Ella tenía 22 años, recién salida del conservatorio, con los sueños intactos y la sonrisa peligrosa de quien no sabe el poder que tiene. Él la convirtió en estrella. Le dio su primer papel. Apostó por ella, incluso cuando los inversores querían una cara más conocida… y ella se lo pagó con mentiras.
—Ella lo tuvo todo… —susurró Massimo, con voz grave—. Y aun así eligió destruirlo. No merece nada de mí más que desprecio.
Lucio lo miró con pesar. Sabía que el dolor de Massimo no nacía del odio, sino del amor mal cicatrizado. Esa clase de heridas no sangran… arden por dentro.
—¿Y si no fue como tú pensabas? —insistió Lucio con cautela—. Ya pasaron años. ¿Qué te cuesta…?
—¡No me hables de eso! —bramó Massimo, golpeando la mesa con la palma—. Esa mujer me traicionó. ¿O ya se te olvidó quién la encontró llorando en la sala de reuniones con ese bastardo de productor? ¡Llorando como si fuera la víctima cuando acababa de romper mi carrera y mi familia!
Lucio dio un paso atrás. No por miedo, sino porque sabía que era inútil discutir cuando Massimo se perdía en esa mezcla de dolor y furia. Él no hablaba del pasado, hablaba desde la herida aún abierta.
—Lo que hiciste después fue excesivo —dijo, con voz firme—. Le quitaste todo, Massimo. Casi diez años fuera del cine. Nadie se atrevía a darle trabajo porque tú lo dijiste.
Massimo lo miró, pero no dijo nada. Sabía que era verdad. Él tenía poder. Poder para construir estrellas… y para apagarlas. Volvió a mirar el computador, preguntándose cómo su esposa podía sonreír de esa manera después de marcharse de su casa… con sus hijos.
—Gracias… gracias por aceptar este proyecto. Nadie podría haber dado vida a Lucía como tú —dijo el director al terminar la última escena—. Eres una diosa, sin duda la mejor, Alba Mariani. ¡Debiste volver antes!
Alba sonrió mientras aceptaba el apretón de manos del director. Se sintió agradecida y le habló con emoción.
—Gracias por confiar en mí —dijo, mirando a su alrededor. Sabía que cada paso que daba era observado, juzgado, y lo aceptaba. Pero estaba feliz—. De verdad extrañaba este ambiente.
—Pues estás de vuelta —respondió él—. Así que vete a tu camerino, alístate y ten una buena noche para que mañana hagas un trabajo aún mejor que el de hoy.
Ya en su camerino, sentada frente al espejo, se quitó los pendientes y dejó escapar un suspiro largo. Un par de lágrimas cayeron de sus ojos mientras pensaba que, de verdad, estaba logrando dar el primer paso. Alba alejó los pensamientos mientras terminaba de tomar sus cosas para ir a esa cena con Ernesto. Estaba a punto de guardar su móvil cuando este vibró sobre la mesa.
"Bonito regreso. ¿También vas a revolcarte con ese maldito de Ernesto?"
No hacía falta firma. Sabía que era Massimo.
Aún reconocía sus palabras como si fueran marcas en su piel...
No hacía falta firma. Sabía que era Massimo. Aún reconocía sus palabras como si fueran marcas en su piel, decidió ignorarlo porque sabía que hacerlo era abrir una puerta que tal vez nunca se cerraría.
Sin embargo el tiempo pasó demasiado de prisa y antes de que ella se diera cuanta la había pasado la primera semana de rodaje. Ahora todos estaban hablando de ella en las redes sociales, las entrevistas, los rumores y la «complicidad “entre Ernesto y ella habían sido trending topic en barias redes sociales.
“Alba Marriani, ¿la traidora que busca redención?”
“El director Massimo Leone guarda silencio tras el regreso de su exesposa.”
“Alba protagoniza junto a Ernesto Brunini, el eterno rival del director. ¿Casualidad?”
Cada revista tenpia su rostro o el de Massimo asi que cuando Alba encontró una donde relataban con fotos su boda sintió que la tencion aumentó no solo en el rodaje y su cuerpo sino en la productora ya que Massimo había pedido una reunión urgente con el productor ejecutivo de la serie. Nadie sabía por qué, dadie que no fuera ella porque Alba sabía perfectamente que el estaba buscando la forma de arruinar su vida una vez más.
Sin embargo la mujer nunca imaginó, que el aparecería cruzando las puertas del estudio en Roma como una tormenta vestida de Armani negro. No había perdido su presencia intimidante alba tragó cuando su sola aparición bastó para congelar al equipo técnico.
Lo vio desde lejos, y por un instante su cuerpo se congeló. No por miedo, sino por el torbellino que aún le provocaba. Él no le dirigió la palabra. Solo pasó junto a ella, los ojos oscuros clavados en el suelo, como si su sola existencia le repugnara. Pero su voz volvió a escucharse minutos después, resonando en la sala de reuniones del productor:
—¿Vas a apostar toda tu maldita serie en una actriz que desapareció por diez años? —todos en el set se quedaron mudos ante aquellas palabras—¡No ha pasado ni una semana y ya los chismes están lloviendo!, ¿Crees que lo merece?
—¿Te refieres a tu esposa, la que mantuviste lejos de los escenarios por años —replicó el productor, sin miedo—? Esta serie está recibiendo más prensa que cualquier otro proyecto en Roma. ¿Por qué? Porque está ella. Porque el mundo la quiere ver de nuevo. Porque todos quieren saber si la mujer que destruiste… aún puede brillar y los chismes me importan muy poco, ¿Qué haces aquí Massimo?
—Ella no merece esto, no después de lo que hizo— Massimo apretó los puños—¿Acaso se acostó con usted también?
—No me ofendas, que no tienes el derecho—respondió él—ahora será mejor que me digas si viniste aquí como un esposo molesto o a intentar que no le gane a tu estúpida película con esta serie.
—Dejemos que el público lo decida—respondió Massimo—pero tengo algo más que decir así que cierra esa puerta.
El director resopló, pero hizo lo que su socio le pedía y Alba tragó cuando la puerta se cerró dejándola completamente en espera de lo que su marido tendría en mente para arruinar su vida una vez más. Cuando Massimo salió, sus miradas se cruzaron por primera vez. Fue solo un segundo, pero el pasado cayó como un muro entre ellos.
Sin embargo, no se dijeron nada, el la miró con ese desprecio que creció atarvez de una mentira. Ella alzó su barbilla para advertirle que no se dejaría amedrentar por él y fue entonces cuando el habló.
—Voy a ir a ver a mis hijos cuando termines tu trabajo así que si tienes algún plan para después simplemente cancélalo.