—Charles Schmidt
Adrien me miraba en silencio. Sus labios temblaban, pero no decía nada. Vi cómo luchaba por contener las lágrimas. Me partía el alma verlo así, lleno de dudas, celos, miedo… a perderme.
—¿Te gustaría contarme lo que sientes? —le pregunté—. No tienes que callarlo todo. Puedes decirme lo que quieras, aunque sea duro. Soy tu papá. Estoy aquí para escucharte.
Él bajó la cabeza.
—Tengo miedo —susurró finalmente—. Miedo de que los quieras más que a mí. De que un día… te vayas con ellos y me olvides.
Lo abracé. Con fuerza. Con desesperación. Como si abrazarlo pudiera pegar los pedazos de lo que había roto sin darme cuenta.
—Nunca te dejaré, hijo. Jamás. Te lo prometo. Nada ni nadie podrá arrancarte de mi vida.
Adrien no dijo nada más. Solo apoyó la cabeza en mi hombro y, por fin, dejó escapar las lágrimas que había estado conteniendo.
Y yo… también lloré. Por lo perdido. Por lo que aún estaba a tiempo de recuperar.
– Amelia
Abrí la puerta de la habitación con cautela, apenas