Charles Schmidt
Estoy en mi oficina, firmando contratos sin prestar demasiada atención. Reviso papeles, anoto fechas, doy instrucciones para la próxima donación al colegio que lleva mi nombre. Todo parece en orden… pero mi cabeza está en otra parte.
Rebeca.
Mis pensamientos giran una y otra vez hacia ella.
Y hacia los niños.
Amelia se atrevió a invitarlos a la fiesta de cumpleaños de mi hijo… nuestro hijo .
No puedo negar que me agrada la idea de ver a mis trillizos jugando con él, pero hay algo que me quema por dentro: no quiero a Rebeca cerca de Amelia.
No confío en sus silencios.
No tolero sus miradas desafiantes.
El sonido del teléfono me arranca de mis pensamientos; lo tomo y contesto.
— ¿Qué noticias tienes? —preguntó con voz seca, directa.
—Señor, su esposa… fue vista entrando a un club. Al parecer… trabaja allí. Hola un video. Se lo enviaré.
Cierro los ojos un instante. Siento un nudo en el estómago. ¿Trabajas en un club? ¿Rebeca?
—Está bien. Quiero que la vigiles. Cada hora.