– Rebeca Miller
Había pasado una semana desde la muerte de mi padre.
La casa olía a incienso, a silencio, a una ausencia que no sabía dónde poner. Vivía ahora con mi madre. Ella no quiso que la dejara sola... y cómo hacerlo, si ahora éramos todo lo que nos quedaba la una a la otra. Me senté frente a su escritorio, en la oficina que antes era de él. Una parte de mí aún esperaba que abriera la puerta, con ese aroma a colonia amaderada que siempre lo acompañaba, preguntándome por los niños o si ya había desayunado.
—Mira, hija —me dijo madre con voz suave, mostrándome una carpeta manila—. Estos son los documentos de los socios a los que tu padre les vendió el 50% de la empresa.
Tomé el sobre con manos temblorosas. Hojeé los papeles esperando encontrar nombres, pistas, algo... pero no había nada. Solo firmas legales, términos, cláusulas, pero ningún rostro ni nombre claro. Suspirar.
—Tú crees que yo podría estar al frente de todo esto, mamá? —pregunté sin mirarla, con un nudo apretado en