— Charles Schmidt
Llegamos a casa pasadas las ocho. Las luces del porche estaban encendidas y la cálida iluminación se reflejaba en el jardín delantero, dándole a la fachada de nuestra casa ese aire familiar que tanto había extrañado.
Rebeca aparcó con suavidad frente a la entrada. Se volvió hacia mí con esa expresión serena que siempre usaba cuando quería darme una instrucción importante.
—Charles —dijo con una media sonrisa—, recuerda… tienes que actuar como si no supieras nada, ¿de acuerdo?
La miré, y por un instante, todo el cansancio acumulado desapareció. Asentí con una leve sonrisa.
—Por supuesto, mi amor. No te preocupes —respondí con un tono tranquilo, casi cómplice—. Haré como si no supiera nada.
Ella suspiró aliviada, luego se inclinó hacia mí y me dio un beso. No fue un beso breve ni contenido; fue un beso suave, profundo, lleno de esa calidez que me había devuelto las ganas de respirar.
No pude evitar tomarla por la nuca, atrayéndola más hacia mí, intensificando ese cont