Rebeca Miller.
-¿Mamá? —La vocecita de Aiden me sacó del pensamiento mientras terminaba de atar mis zapatillas—. ¿Nos vas a llevar al parque que vimos la otra vez?
Levanté la mirada y me encontré con sus ojitos brillantes, llenos de ilusión. Damian ya tenía su mochilita al hombro, y Eva jugaba con su muñeca mientras me miraba con la misma expectativa.
—Claro que sí, mis amores. —Ya estamos listos —respondí con una sonrisa que quería de ocultar el cansancio de la semana. Me agaché, besé a cada uno en la frente y me puse de pie—. Carmen, ¿tienes todo?
—Sí, señora. Agüita, pañitos y unos bocadillos. Vamos.
Tomamos el autobús hacia el parque que me habían pedido visitar. No era nada ostentoso, pero tenía espacio para correr, columpios y un campo pequeño donde los niños solían jugar fútbol. Era suficiente. Era libertad.
Cuando bajamos del autobús, los tres salieron corriendo apenas tocaron el suelo. Se sentían livianos, como si el mundo fuera suyo por unas horas. Los vi alejarse entre risa