Entré a la mansión y cerré la puerta con suavidad.
El eco del portazo de Charles aún retumbaba en mi pecho.
Respire hondo. Subí las escaleras lentamente, arrastrando los pies como si cada peldaño pesea más que el anterior. El silencio del lugar era tan denso, tan frío… como si la casa misma supiera que no era bienvenida.
Apenas puse un pie en el pasillo, mi mirada se posó —como por instinto— en aquella habitación.
La habitación que compartí con Charles.
Aquella donde pasé noches esperando a que llegara. Donde lloré en silencio para no despertar a los niños. Donde soñé con tenerlo de verdad.
¿Dónde lo perdí todo?
Me detuve frente a la puerta.
Mi mano tembló cuando tomé el picaporte. Dudar.
Tal vez allí dentro estarían ahora las cosas de Amelia .
Sus perfumes. Su ropa.
Tal vez su risa ya llenó el espacio que alguna vez llené yo.
Solté el picaporte, como si me quemara.
¿Para qué atormentarme?
¿Para qué abrir una puerta que solo traería más dolor?
Me giré, tragando el nudo que se me hacía