Después de recibir la visita de Elisa, los siguientes días lo pasé peor que nunca, encerrado, bebiendo y en completa desdicha. Se iba a casar con ese hombre que la alejó de mí. Me sentía tan patético al no ser capaz de dejarla ir, de arrancar ese pasado que ya no era para de mí, de alejar sus recuerdos. Dos años no habían sido suficientes, pero estaba harto de lo que sentía, de lo que era, de lo que me había convertido.
Quería de verdad seguir sin ella, avanzar. Ese día del reencuentro pensé que podía lograrlo, pero ¿por qué era tan difícil?
Me puse de pie luego de estar horas acostado en el piso rodeado de las botellas, y el timbre me hizo acercarme a la puerta. Era Angie.
―¿Qué haces aquí?―grité cerca de la puerta sin abrirla.
―No contestas las llamadas ni los correos…
Abrí un poco la puerta.
―¿Estás bien?
―No es tu problema, Angie―dije respondiendo sin filtro y sin importarme nada.
―Basta, Fabián… abre, por favor.
―No, vete.
―Te prometo que no te juzgaré.
―No me interesa lo que dig