Capítulo 40 Dos almas solitarias

—Hoy te presté mi pecho para consolarte, ahora te toca a ti prestarme un abrazo —susurró Leonel con voz suave—. No voy a tocarte, no te preocupes. Solo... me siento un poco solo esta noche, y quería abrazar a alguien que también se siente así.

Silvina notó el cansancio en su tono. Seguramente había pasado un mal rato frente al señor Benicio, ¿no?

Durante el día, ya había estado junto a ella en la empresa todo el tiempo, de pie, aguantando tensiones, y luego la acompañó de regreso sin descansar, solo para salir corriendo a ofrecer disculpas a Benicio...

Pensar en todo eso le hizo sentir que, quizás, no tenía sentido rechazar ese abrazo. No era solo por ella, él también necesitaba un poco de consuelo.

Leonel, al notar que ella no se apartaba, esbozó una sonrisa de satisfacción. La rodeó con más firmeza y murmuró:

—A dormir. En un rato nos levantamos a comer algo.

Antes de que Silvina pudiera responder, escuchó sobre su cabeza una respiración lenta y constante.

¿Ya se había dormido? Debí
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