Leonel miró hacia abajo, observando el rostro de Rosa con un asco indescriptible.
Esa mujer siempre había sido así: arrogante, insaciable, convencida de que todo giraba a su alrededor.
—Rosa, el día que empujaste a Silvina hacia mi cama —dijo con frialdad—, lo nuestro se terminó. Yo no soy un hombre al que tú puedas manipular. ¡Lárgate!
De una patada, Leonel la apartó sin miramientos.
Cuando dio un paso para ir tras Silvina, Rosa gritó desesperada:
—¡Leonel, no me obligues!
Él se detuvo, alzó apenas la mirada con calma letal.
—¿Y qué vas a hacer?
La voz chillona de Rosa retumbó en el comedor vacío:
—¿No es cierto que al Grupo Familiar Muñoz le importa mucho la alianza con la empresa italiana? El presidente y su esposa lo vieron todo hace un momento. Si no aclaro lo que pasó, ¿no temes que cancelen el contrato?
Así que ese era su plan.
¡Qué mujer tan ridículamente ingenua!
Sin notar la expresión de burla en el rostro de Leonel, Rosa continuó con su amenaza:
—Si yo no explico la verdad,