Silvina había pensado en soltarse de la mano de Leonel para irse en el coche de Tania, pero ni siquiera le dio tiempo a reaccionar: en un abrir y cerrar de ojos, Leonel ya la había acomodado en el asiento de su automóvil.
Al levantar la vista, sus ojos se toparon con un pequeño adorno en el tablero.
Era el mismo que habían comprado juntos la última vez que salieron de compras.
Un objeto barato, apenas costaba unas decenas de dólares.
Pero allí estaba, en el interior de un coche que valía más de diez millones.
La contradicción lo decía todo: ese adorno barato tenía un valor incalculable para él.
Un calor suave invadió el corazón de Silvina.
Leonel conducía con total concentración, aunque su mirada de soslayo no se apartaba de ella.
Cuando vio que la atención de Silvina permanecía fija en aquel adorno, supo que había hecho lo correcto al conservarlo.
Para él, no importaba lo insignificante del objeto: lo había elegido ella, y eso lo convertía en un recuerdo sagrado.
De hecho, decidió en