Al ver la espalda de Leonel alejándose, Silvina de pronto se cubrió la boca con una mano y se dejó resbalar contra el tronco del árbol hasta caer al suelo.
Las lágrimas, contenidas demasiado tiempo, brotaron como un río desbordado.
A través del velo húmedo de sus ojos, lo miró marcharse.
—Cuídate tú también…
Aquellas palabras resonaban como un eco cruel en su corazón.
Sintió un sabor metálico en la garganta. Sin darse cuenta, había mordido su lengua hasta sangrar por la fuerza de tanta represión.
En ese momento, Tania salió de entre los árboles y la sostuvo con firmeza.
—¿Por qué te haces esto? —murmuró con impotencia—. Quizá de verdad él encuentre la forma de resolver lo de Liliana.
Silvina negó suavemente con la cabeza, las lágrimas rodando sin cesar.
—Esto es un callejón sin salida, Tania. La madre de Leonel nunca aceptará mi existencia. Anoche me llamó… me advirtió que si no me divorciaba de él, no solo me impediría ver a mi hijo cuando naciera, sino que también atentaría contra l