Al día siguiente, Silvina llevó a Alicia a experimentar la vida de aquel lugar exclusivo.
Alicia, al ver lo lujosa que era la decoración de la tienda, dudó de inmediato:
—Silvina, ¿de verdad vamos a entrar? ¡Un sitio tan bonito debe costar una fortuna!
—Mamá, ya te lo dije —respondió Silvina con una sonrisa—. Estas tarjetas de membresía ya están cargadas con dinero. Solo tenemos que disfrutar. Y si no alcanza, pues empeñamos el Land Rover, ¿no? —añadió en tono de broma—. Total, Leonel tiene tantos coches que ni los puede contar; solo para mí ya hay varios.
Alicia finalmente se echó a reír.
Sí, su yerno era rico; como suegra, no podía quedar en ridículo.
Las dos entraron entre risas.
De repente, una voz desagradable sonó a sus espaldas:
—Vaya, ¿cómo es posible que en LJ haya campesinas pueblerinas? ¿No rebajan nuestro nivel?
El cuerpo de Alicia se tensó, y por instinto quiso marcharse.
Silvina, en cambio, le agarró la mano con firmeza y siguió caminando.
Ella no permitiría que nadie hu