Alicia sintió la resistencia de Silvina y se detuvo de inmediato:
—Está bien, si no quieres escuchar, no digo más. Tienes razón, con que seas feliz es suficiente.
Silvina no respondió. Mantuvo la cabeza baja, escondiendo así su mirada.
Había pensado en su origen, claro que sí.
Pero eran cosas que no se atrevía a enfrentar.
Fuera cual fuera su verdadera identidad, solo le traería problemas y cadenas.
Ya había hecho su propio plan de vida: después de dar a luz a ese hijo, se marcharía lejos con su madre y pondría un punto final a todo lo de aquí.
Estaba demasiado cansada.
Veintidós años de vida habían sido una pesadilla constante.
La amistad que alguna vez tuvo y el primer amor que creyó verdadero, habían terminado en ruinas.
¿Qué más podía quedarle por esperar o por añorar?
Solo quería huir de todo.
Alejarse de esas pesadillas, enterrarlas en lo más hondo de su memoria.
Su origen… ya no quería saberlo.
Después de veintidós años, ¿qué importaba encontrar a sus padres biológicos?
Entre e