Al día siguiente, Silvina salió acompañada por el chofer, los guardaespaldas y su pequeña asistente.
Durante los días que había pasado en casa, Silvina no había hecho más que leer libros y regar las plantas, y así el tiempo había transcurrido rápidamente.
Pero para su asistente, aquella semana había sido un verdadero suplicio. Ahora que por fin podía salir, estaba tan feliz que apenas podía contenerse.
El chofer condujo directamente hasta el estacionamiento de aquel nuevo centro comercial.
Tal como había dicho Adela, el centro acababa de inaugurar, y la cantidad de gente que acudía era impresionante.
Aunque no todos podían permitirse comprar artículos de lujo, muchos venían solo a mirar. Mirar también servía, porque así uno podía soñar con ahorrar y algún día comprar ese bolso o esa joya tan deseada.
Claro que, en realidad, lo que allí se vendía equivalía al salario de un año entero de mucha gente…
En cuanto Silvina entró en la planta baja, sin que los guardaespaldas hubieran alcanzad