Silvina se quedó paralizada; no se atrevía a decirle a Leonel que en realidad evitaba a toda la alta sociedad solo para que, llegado el momento de marcharse, la despedida resultara menos dolorosa.
Si Leonel lo supiera, seguramente se enfadaría otra vez.
—De pronto empecé a creer en el destino —respondió Silvina, esquivando la pregunta.
La mirada aguda de Leonel recorrió de inmediato el rostro de Silvina y se quedó fija en ella.
No supo por qué, pero una extraña inquietud comenzó a nacer en su interior. Su intuición le decía que Silvina era como una cometa, sostenida apenas por un frágil hilo en su mano, un hilo que podía romperse en cualquier momento y dejarla escapar…
Solo de imaginarla lejos de su lado, Leonel sintió un dolor punzante en el pecho, como si alguien le apretara el corazón con fuerza.
¡No, no lo permitiría!
De repente, Leonel levantó el mentón de Silvina con la mano y se inclinó hacia ella.
Silvina, sorprendida por su gesto, apenas tuvo tiempo de ver aquel rostro agrand