Benita estaba completamente incrédula.
Giró bruscamente hacia el alcalde y preguntó:
—¿Está usted seguro de que no se ha confundido? ¿Cómo va a ser por Silvina?
El alcalde la miró con una sonrisa entre sarcástica y divertida:
—Todavía no estoy tan ciego como para confundir nombres, hija.
En ese momento, la abuela Torres por fin volvió en sí.
Recordó que la noche anterior Silvina mencionó que iba a casarse.
Al principio, como Benita, pensó que el pretendiente no sería más que un nuevo rico sin clase,
pero jamás se imaginó que la familia del novio fuera tan extraordinariamente adinerada.
Rápidamente tomó de la mano a Silvina y sonrió con una ternura falsa, exclamando:
—¡Ay, sí, sí! ¡Mi Silvina también tiene su buena estrella!
Ni siquiera me lo contaste, niña...
¿¡Desde cuándo tienes un novio tan acaudalado!?
¡De verdad sabes cómo sorprender a tu abuela, eh!
Silvina y su madre, que hasta hacía unos segundos eran invisibles o peor aún, un estorbo a golpear,
de pronto se convirtieron en la