Vittorio avanzó con paso seguro, su brazo enlazado con el de Fiorella. Su porte distinguido y la elegancia natural con la que se movía acentuaban su presencia, atrayendo miradas curiosas y expectantes. Sin embargo, mientras cruzaban la entrada del gran salón, los labios de Fiorella se curvaron en una mueca de desagrado al ver a Aurora.Aurora se veía radiante, su rostro iluminado por una sonrisa encantadora que no parecía fingida en lo absoluto. Vestida con un elegante vestido negro parecía completamente ajena a la incomodidad que su presencia causaba en Fiorella. Pero lo que realmente llamó la atención de Vittorio no fue solo la belleza de Aurora, sino la forma en la que Dante la sostenía.Dante la tenía sujetada por la cintura, su mano firmemente colocada en la curva de su espalda, como si quisiera asegurarse de que nadie más osara acercarse a ella. Y entonces, con un movimiento decidido, la pegó aún más a su cuerpo, inclinándose sobre ella para besarla con una pasión que dejó sin a
El murmullo de las conversaciones y el tintineo de copas llenaban el aire, Ethan Avanzó con pasos firmes hasta quedar frente a Dante, quien lo observó con una mezcla de curiosidad y por supuesto emoción.—Dante —saludó Ethan, con una leve inclinación de cabeza.Dante asintió en respuesta, solo que los ojos de Ethan se desviaron hacia Aurora, a la mujer, de una belleza innegable, Ethan tomó la mano de Aurora con delicadeza, y sin apartar la mirada de ella, llevó sus manos a la de ella y beso con sutileza.Dante tensó su mandíbula. Su mirada se oscureció mientras su cuerpo se erguía con rigidez.—Ella es mi esposa —declaró con voz firme, marcando cada palabra con un tono que no admitía discusiones.Ethan sonrió con serenidad, y sin apartar la mirada de Dante —Tienes una esposa muy bella —replicó Ethan.Las palabras quedaron suspendidas en el aire durante unos segundos, mientras una corriente invisible parecía pasar entre ambos hombres. Fue entonces cuando Ethan giró levemente su ros
Aurora miró a Antonio y sintió cómo su cuerpo entero se estremecía. Las palabras se atascaban en su garganta, incapaz de decir nada mientras él la observaba con intensidad, con esos ojos oscuros que siempre habían sido su refugio y su tormento. Su corazón latía desbocado, sus manos temblaban, pero su alma gritaba una verdad que su mente se negaba a aceptar.Antonio, sin dudar, llevó las manos a su cuello y la atrajo hacia él. Aurora sintió la calidez de sus dedos sobre su piel, la electricidad del contacto, el aroma familiar que tanto había tratado de olvidar. Sus labios se encontraron con los de ella en un beso urgente, desesperado, como si con ello pudiera recuperar el tiempo perdido, borrar las heridas, anular la realidad que los separaba.Por unos instantes, Aurora se dejó llevar. Sus manos se aferraron a los brazos de Antonio y sintió que el mundo desaparecía. El amor que había creído muerto aún ardía dentro de ella, quemándola con cada roce, con cada caricia. Pero entonces, l
Vittorio se movió con cautela por los pasillos de la mansión, el ruido de la música fue su mejor aliado, sus pasos amortiguados por la gruesa alfombra. No debería estar ahí, lo sabía, pero una corazonada lo había llevado a seguir a Antonio. Y ahora, oculto entre las sombras, escuchaba cada palabra que aquel hombre le decía a Aurora.Las promesas dulces, las palabras de amor, la pasión contenida en cada frase... todo aquello prendió fuego dentro de Vittorio. Su mandíbula se tensó, sus manos se cerraron en puños mientras la ira lo consumía. Antonio hablaba con tanta seguridad, con una certeza insoportable de que Aurora le pertenecía. Como si Dante no existiera, como si su compromiso fuera una simple formalidad."Maldito seas, Antonio", masculló entre dientes, incapaz de contener el odio que se apoderaba de su ser. Su mente giraba en torno a una sola idea, él debía quitarle a Dante a Aurora. No podía permitir que ese idiota de Antonio se interpusiera, ni que Dante la mantuviera a su lad
Dante miró a Fiorella. Su presencia lo atrapaba, como si el aire se volviera denso y solo ella pudiera ofrecerle oxígeno. Se permitió una sonrisa, un gesto apenas perceptible que pronto se transformó en un impulso incontrolable. No podía esperar más. Ella estaba desnuda, expuesta ante sus ojos, ofreciéndose como cena de navidad.Dante la tomó de los brazos con firmeza y la atrajo hacia él. Sus labios se encontraron en un beso desesperado, una fusión de anhelo y necesidad. Fiorella sonrió gustosa, respondiendo con la misma urgencia. Su cuerpo se amoldó al de él, sus dedos recorrieron su espalda con ansia, y la temperatura de la biblioteca pareció elevarse en cuestión de segundos.Sin soltarla, Dante la guió hasta el escritorio. Con un movimiento decidido, la sentó sobre la madera mientras sus bocas seguían explorándose. Fiorella abrió las piernas y las enredó en la cintura de él, atrayéndolo más cerca, sintiendo cada parte de su cuerpo pegada al suyo. Sus manos, impacientes, comenzaro
Dante se puso de pie con brusquedad, el corazón golpeándole el pecho como si intentara romperle las costillas desde dentro. La habitación estaba impregnada del perfume de los libros viejos y del leve rastro de lo que acababa de suceder entre esas paredes, aunque solo fuese un beso para Aurora había sido una desilusión grande. Dante buscó su camisa con movimientos torpes, acelerados, desesperados. La encontró arrugada sobre una silla, y sin preocuparse por aislarla, la tomó con violencia y comenzó a ponérsela con manos temblorosas.—Mierda, mierda —escupió Dante con furia apenas vio la silueta de Aurora alejándose por el ventanal abierto que daba a la fiesta, sabía que ahí estaba Antonio, que ella podría acercarse de nuevo a él, y no lo permitiría Su mente se nubló por completo. No podía permitir que ella se fuera así, no después de lo que había ocurrido, no sin decir una sola palabra, sin darle una maldita oportunidad. Dio un paso hacia la puerta, dispuesto a alcanzarla, pero Fiorel
Aurora caminaba lentamente, cada paso arrastrando el peso de algo más que el cansancio de su corazón. El viento de la tarde mecía suavemente los pliegues de su vestido mientras atravesaba el sendero de grava que salía del jardín, aquel que daba directamente a la calle principal. No había nadie a su alrededor, solo el canto lejano de un ave y el susurro de las hojas. El aire olía a flores secas, a despedida.Sus ojos estaban vidriosos, perdidos en aquella escena, y una lágrima, solitaria pero firme, resbaló por su mejilla. No hizo nada por detenerla. La dejó seguir su curso, silenciosa, amarga. No hizo nada y no sabía como eso la hacia sentir, él solo se había dedicado a burlarse de ella, a nada más. Sus labios entreabiertos no emitían sonido, pero cada respiración era una súplica ahogada.A unos metros de distancia, una camioneta negra, de vidrios polarizados, permanecía estacionada al borde del camino. Dos hombres aguardaban dentro, inmóviles, como estatuas a punto de activarse.—L
Dante apretó los dientes mientras aceleraba. El rugido de la moto cortaba el aire con furia. Su mente solo repetía una cosa: No pueden llevársela. No a ella. Las imágenes de Aurora luchando, su rostro deformado por el miedo, el grito que aún le ardía en el pecho, eran como cuchillas que lo impulsaban más rápido.La camioneta negra tomaba ventaja, pero Dante conocía el terreno. Sabía que si cortaba por la vieja vereda podía interceptarla antes de que llegara a la salida principal de la ciudad. Giró el manillar con fuerza, derrapó en la tierra suelta, y tomó el desvío sin disminuir la velocidad.Mientras tanto, dentro de la camioneta, Aurora se debatía entre los brazos del hombre que la había jalado. Sus muñecas estaban ya marcadas por el forcejeo. El otro hombre, desde el asiento del copiloto, giraba la cabeza constantemente para vigilarla.—Relájate, nena —musitó el que la sujetaba, mientras la empujaba contra el suelo del vehículo. —No queremos hacerte daño… a menos que nos obligues